Erotismo y literatura no siempre han avanzado tan estrechamente unidos, ya sea como base del género erótico o como parte argumental asumida hoy con normalidad. Porque el sexo, sus prolegómenos, diversas presentaciones y extensos placeres, avanza por entre las letras como un río Guadiana tan sinuoso por momentos como soterrado por la moral en otros.
Porque en civilizaciones de aquí y de allá, previas al cristianismo o cualquier otra derivada occidental, había naturalmente sus buenas dosis de sexo. Pero todo quedó cerrado tras siete llaves, conforme las creencias monoteístas avanzaban dibujando la espiritualidad como todo lo contrario al cuerpo y sus disfrutes.
Una cosa era, por ejemplo, que los románticos del siglo XIX hablaran del amor (o más bien del desamor con encendidas pulsiones elevadas hasta más allá de lo carnal y lo sensorial), y otra era que la más sibilina metáfora de connotación sensual o sexual tuviera cabida en la Literatura con mayúsculas durante siglos y siglos.
Pero claro, la humanidad siempre fue un rebaño con sus ovejas negras. En el caso del Marqués de Sade llevado al extremo de la reivindicación sexual, de filias más amables, oscuras fobias y gustos en los que placer, humillación y muerte disputaban descarnadamente esa moral imperante. Ya que se ponía, el Marqués de Sade se saltaba los tabús con transgresión olímpica, hasta lo hiperbólico o lo enfermizo.
Actualmente, la literatura erótica parece un nuevo barco capitaneado por obras imperecederas de mujeres como Almudena Grandes hace algunos años antes de su marcha y muchas otras plumas actuales nacidas del reciente boom comercial del género que estalló con las sombras de E.L. James…
Así que, pese a la profusión de obras para leer con esa tensión sensual, equiparable en voltaje a cualesquiera otros géneros, y considerando que lo erótico también puede ser sinónimo de calidad narrativa en forma y fondo, muy al fondo 😉 , vamos allá con mi ranking de las mejores novelas eróticas de todos los tiempos.
Top 5 novelas eróticas recomendadas
El amante de Lady Chatterley
Todo hay que verlo con los ojos que se merece. El hecho de que D.H. Lawrence se entregara al género erótico en esta trama era otra forma más de denuncia de la hipocresía sobre la que siempre pugnó con su pluma.
Con esta obra, más allá de la denuncia, también acabó presentando uno de los más grandes clásicos del erotismo. Porque todo amor soterrado, toda sensualidad bajo la mesa, a escondidas, todo amor fugaz por las imposiciones acaba siendo frenético y febril como el hambre de la miseria.
Es la obra maestra del erotismo de la Edad Moderna, que fue publicada en 1928; después conocería varias censuras de una sociedad que no entendía que la sensualidad era una alternativa para vencer la soledad humana. Constance Chatterley se había casado con el adinerado sir Clifford en 1917.
Pero su marido fue herido fatalmente en la Primera Guerra Mundial y se vio confinado en una silla de ruedas para el resto de sus días, paralítico e imposibilitado para satisfacer a su mujer. Retirados en su mansión campestre, Constance ve cómo su vida y su juventud se escapan.
Ama a su marido, pero tiene que responder a la pulsión de la naturaleza. Y allí, cerca del bosque, sus sentidos le exigen una reparación: Oliver Mellors, el callado guardabosques de las tierras de los Chatterley, un hombre fuerte, desinhibido, salvaje y apasionado, se encargará de proporcionar a Constance lo que su marido ya no puede darle.
Las edades de Lulú
Con la conocida capacidad de Almudena Grandes para pincelar esos personajes arrebatadores que se mueven en su extensa bibliografía, siempre resulta interesante recuperar esta historia de un destino marcado, como finalmente nos ocurre a todos, por esas pulsiones sexuales que definen los momentos más brillantes, los deseos capaces de liberarte o destruirte, de marcarte a la postre para siempre.
Este libro es el relato de un aprendizaje erótico, explicito y desafiante, y tambien una perturbadora historia de amor que, con una desvergonzada conciencia del deseo, no duda en traspasar la linea de algunos tabúes o pasiones oscuras. Sumida todavía en los temores de una infancia carente de afecto, Lulú, una niña de quince anos, es seducida por Pablo, el amigo de su hermano mayor por el que desde pequeña sentía una secreta fascinación.
Después de esta primera experiencia, Lulú, niña eterna, acaba por aceptar el desafío de prolongar indefinidamente, en su peculiar relación sexual, el juego amoroso de la iniciación y el sometimiento, en un universo privado donde el tiempo pierde valor.
Pero el sortilegio arriesgado de vivir en un mundo fuera de la realidad se rompe bruscamente un dia, cuando Lulú, ya con treinta años, se precipita, indefensa pero febrilmente, en el infierno de los deseos peligrosos.
Ada o el ardor
Nabokov consiguió con esta obra alzar el erotismo hasta los altares de la literatura más distinguida. El género convertido habitualmente en baúl de las pasiones sexuales, donde las morales acechantes pretenden siempre guardar infructuosamente lo que les incomoda o inquieta, acababa de ponerse al mismo nivel que la más trascendente y elegante de las tramas novelescas de su tiempo.
Ada llega a compendiar el ardor sexual con un calor espiritual y eso incomodó y mucho en su momento, como ya pasó con otras novelas de Nabokov, claro está. Ada es un tratado filosófico sobre la naturaleza del tiempo, una paródica historia del género novelesco, una novela erótica, un canto al placer y una reivindicación del Paraíso entendido como algo que no hay que buscar en el más allá sino en la Tierra.
En esta obra, bellísima y compleja, destaca por encima de toda la historia de los encuentros y desencuentros entre los principales protagonistas, Van Veen y Ada, los dos hermanos que, creyéndose sólo primos, se enamoraron pasionalmente con motivo de su encuentro adolescente en la finca familiar de Ardis (el Jardín del Edén).
Y que ahora, con motivo del noventa y siete cumpleaños de Van, inmersos en la más placentera nostalgia, contemplan los distintos avatares de su amor convencidos de que la felicidad y el éxtasis más ardoroso están al alcance de la mano de todo aquel que conserve el arte de la memoria.
El amante
Otro amante, en este caso el de Marguerite Duras. Hay novelas que trascienden más por su significancia social que por su consideración literaria más estricta. No quiero decir que esta novela no sea una interesante historia para lectores de las tramas intensas sobre lo sensual, o que carezca de valor literario. A lo que voy es que finalmente el alcance transformador que consiguen sobrepasa a cualquier otro aspecto.
Y siendo esta una estupenda novela que contiene intensidad y un hilo narrativo sugerente, decir que su valor social es mayor, su significado último encumbra a la autora en el olimpo del feminismo liberador, junto a Simone de Beauvoir, Virginia Woolf o Jane Austen, además de muchas otras… Todos hemos oído que la jovencita protagonista de esta historia es un alter ego de Marguerite Duras.
Su acercamiento al amor carnal junto a un hombre adulto y adinerado rozó, y todavía roza la consideración de sexo instrumentalizado en el que la mujer sale mal parada (me refiero a las mentes incapaces de considerar a la mujer en plano de igualdad al hombre).
El descubrimiento de este amor físico, sin embargo, es liberador, experimentador, abierto al mundo y a la figura de la mujer como un ser libre que no necesita permanecer bajo la tutoría de la moral social.
Trópico de cáncer
La primera novela de un tipo como Henry Miller, lleno de inquietudes pero ya en una edad madura donde el desengaño suele gobernar sobre las fantasías, acabó siendo un éxito precisamente por eso, por su apertura al mundo como un tipo empeñado en el despertar de la conciencia no hacia la revolución sino hacia el esperpento y el trágico chiste que es pensar que algo pueda tener sentido.
La única salida para la lucidez absoluta es la rendición a lo físico, al destello de la felicidad orgásmica, a la negación de la esperanza como única forma de alcanzar la calma en un devenir vital planificado hacia la derrota.
De ahí que la novela transcurra como una búsqueda extenuante del sexo y de sus posibilidades redentoras. Paris pasa a ser, bajo el prisma de Henry Miller, una maravillosa sin city, un purgatorio hecho ciudad de luz y pasión donde Miller se detiene en ocasiones a escudriñar las almas que se cruzan por la historia.
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