Los 3 mejores libros de Álvaro Enrigue

Eriguido y consolidado ya como uno de los grandes escritores mexicanos actuales, Álvaro Enrigue es un contrapunto natural del también mexicano y narrador actual Juan Villoro. Lo normal es citar a autores similares para conformar esa sintonía generacional, de lo literario en particular o de lo creativo en general.

Pero los contrapuntos explican mejor los espacios de creación en mayor medida que las etiquetas. Porque a años luz de cualquier intención unificadora, la imaginación y la voluntad de un escritor deben posicionarse como noche y día para cubrirlo todo. O al menos para intentarlo.

En la literatura de Enrigue encontramos matices fantásticos hacia lo alegórico, hacia la explicación, hiperbólica si es menester, de lo que acontece, de lo que nos acontece y nos mueve. Pero como buen escritor a la vanguardia, uno no puede aferrarse a un recurso o una única ambientación.

Y así es como Álvaro Enrigue tira de todo su arsenal para hacer hasta de lo onírico existencialismo, como ya apunta aquel replicando que la vida es sueño. Al final leer a Enrigue es más que nunca un viaje, con el destino apenas legible en el billete de ida, o tal vez de vuelta. Porque en la buena literatura nunca sabe uno si va o si viene.

Top 3 novelas recomendadas de Álvaro Enrigue

Ahora me rindo y eso es todo

En toda frontera imaginaria levantada por el hombre reside una extraña paradoja, una dicotomía entre el «mundo real» de nuestras cosas subjetivas y el delirante hecho subjetivo de un muro inexistente levantado como esa frontera (hasta que llegó Trump).

Ningún sitio mejor que esa tierra de nadie, ese umbral entre paises fijado con la severidad de la tiza del niño que marca el terreno de juego. Ahí es donde ocurre todo lo que jamás pudiéramos imaginar. Porque Álvaro Enrigue hace pasar por la frontera a dispares personajes de uno y otro lado de esa línea tan real para el mundo moderno como ficticia en su esencia.La novela arranca con la vindicación de la escritura y la construcción de un paisaje. Ese paisaje es fronterizo (entre México y Estados Unidos), y en él irán apareciendo personajes, del pasado y del presente. Asoman misioneros, colonos y también los otros, los indios de las tribus ya civilizadas o aún salvajes.

Asoma una mujer que huye por el desierto, y un militar que persigue por ese desierto a unos indios que han robado ganado. Y también el mito de Gerónimo, el apache rebelde, y un escritor que recorre esos parajes en busca de las huellas de la historia… Y esos y otros personajes que se van sumando acabarán confluyendo en esta narración total y mestiza, suma de western, relato histórico, épica, leyenda y metaliteratura. El resultado: una obra de enorme ambición y de una perfección rara, deslumbrante.

Ahora me rindo y eso es todo

Muerte súbita

Cuando uno afronta la ardua tarea de una recreación como la de esta novela solo puede ir pensando en aprovisionarse de café como el menor de los estimulantes. Y después tiene uno que confiar en el disparate como herramienta capaz de desvelar las más brillantes metáforas. Lo demás corre por cuenta de las musas, concentradas y ofreciéndose al autor en este caso ante una novela irrepetible.

El 4 de octubre de 1599, a las doce en punto del mediodía, se encuentran en las canchas de tenis públicas de la Plaza Navona, en Roma, dos duelistas singulares. Uno es un joven artista lombardo que ha descubierto que la forma de cambiar el arte de su tiempo no es reformando el contenido de sus cuadros, sino el método para pintarlos: ha puesto la piedra de fundación del arte moderno. El otro es un poeta español tal vez demasiado inteligente y sensible para su propio bien. Ambos llevan vidas disipadas hasta la molicie: en esa fecha, uno de ellos ya era un asesino en fuga, el otro lo sería pronto.

Ambos están en la cancha para defender una idea del honor que ha dejado de tener sentido en un mundo repentinamente enorme, diverso e incomprensible. ¿Qué tendría que haber pasado para que Caravaggio y Quevedo jugaran una partida de tenis en su juventud?Muerte súbita se juega en tres sets, con cambio de cancha, en un mundo que por fin se había vuelto redondo como una pelota. Comienza cuando un mercenario francés roba las trenzas de la cabeza decapitada de Ana Bolena.

O quizá cuando la Malinche se sienta a tejerle a Cortés el regalo de divorcio más tétrico de todos tiempos: un escapulario hecho con el pelo de Cuauhtémoc. Tal vez cuando el papa Pío IV, padre de familia y aficionado al tenis, desata sin darse cuenta a los lobos de la persecución y llena de hogueras Europa y América; o cuando un artista nahua visita la cocina del palacio toledano de Carlos I montado en lo que le parece la máxima aportación europea a la cultura universal: unos zapatos.

Acaso en el momento en que un obispo michoacano lee Utopía de Tomás Moro y piensa que, en lugar de una parodia, es un manual de instrucciones. Muerte súbita el poeta Francisco de Quevedo conoce al que será su protector y compañero de juerga toda la vida en un viaje delirante por los Pirineos en el que una hija idiota de Felipe II será propuesta para reinar en Francia y Cuauhtémoc, prisionero en la remota Laguna de Términos, sueña con un perro. Caravaggio cruza la plaza de San Luis de los Franceses, en Roma, seguido por dos sirvientes que cargan el cuadro que lo convertirá en el primer rockstar de la historia del arte, y el amateca nahua Diego Huanitzin transforma la idea del color en el arte europeo a pesar de que habla en castellano imaginario.

La duquesa de Alcalá asiste a los saraos reales con una cajita de plata rellena de chiles serranos y usa un verbo que nadie entiende, pero parece temible: «xingar». Muerte súbita se vale de todas las armas de la escritura literaria para dibujar un momento tan deslumbrante y atroz en la historia del mundo que sólo puede ser representado mediante la más venerable y maltratada de las tecnologías, el artefacto cuya regla de oro es que no tiene reglas: Su Majestad la novela. Y estamos ante una novela realmente majestuosa, de enorme ambición y gran calidad literaria.

Muerte súbita

Vidas perpendiculares

Entender lo de la reencarnación era solo cuestión de tiempo. Ahora ya está visto que todo es una misma línea temporal, al menos bajo los vectores de un Dios que, quizás sin quererlo deja que un niño descubra el hilado de esa línea.

Por supuesto, como podíamos suponer, el mundo ya no será el mismo. O al menos no lo será desde la noción del transcurrir de esta novela.Jerónimo Rodríguez Loera es en apariencia un niño mexicano como cualquier otro, pero también es un monstruo: recuerda completo el ciclo de sus reencarnaciones y, con él, todo el comportamiento humano.

Al recordar sus vidas, Jerónimo presentará al lector el juego eterno al que se deben sus participantes. Echados ya los puentes sobre el modelo de la novela-río, Vidas perpendiculares es una formulación distinta, una novela cuántica, donde los diversos tiempos y espacios son simultáneos. Sólo así pueden convivir la carga de caballería de Germánico César y el jardinero laguense, la amante napolitana de Francisco de Quevedo y el agitador asturiano en Buenos Aires, la camellera de las estepas mongolas y el muralista que fracasa por ser de derechas, Pablo de Tarso y los cachorros de un Homo sapiens programados para imponer su ADN a garrotazos.

Y de esta colisión de realidades emergen los misterios que Enrigue desmadeja: ¿Cómo es que un muchacho turco, tejedor de carpas y destinado al sanedrín, inventó la modernidad? ¿Cómo es que el mayor poeta erótico de la lengua era también el hombre más desagradable de su siglo? ¿Cómo veíamos el mundo antes del habla?

Vidas perpendiculares

Otros libros recomendados de Álvaro Enrigue…

Hipotermia

El periodista de «La pluma de Dumbo», convencido desde joven de que algún día sería un gran escritor, escucha un comentario cáustico de su hijo sobre la gran novela que nunca llega; en «Inodoro», un electricista se queda dormido en la casa vacía donde está trabajando, y, cuando despierta, una chica de voz seductora lo llama desde el lavabo; Drake, el joven basurero abandonado por su mujer de «Ultraje» convierte por una noche el camión de la basura en un barco pirata. Y en «Extinción del dálmata» y «La muerte del autor» se cuentan los irónicos, terribles grandes finales de dos hombres, de dos antiguas lenguas que se extinguen con ellos.

Pero en Hipotermia hay mucho más. Porque en este libro, entre relatos cerrados, apretados, redondos, que se anillan unos con otros y al hacerlo se resignifican, hay tres novelas reducidas a sus momentos climáticos: la del escritor de libros de autoayuda que, corrompido por las disciplinas que predica, destruye su universo emocional y acaba como profesor en Boston, el infierno; la del ejecutivo del Banco Mundial que de tanto fingir que es otro ya sólo puede percibir la realidad cuando viene mediatizada por la televisión, el teléfono móvil o el correo electrónico; y la de un historiador de la vida privada que, muerto espiritualmente, resucita como cocinero, artista del cadáver, el arte más glamouroso de la contemporaneidad, y es el protagonista de los deslumbrantes «Salida de la ciudad de los suicidas» y «Retorno a la ciudad del ligue», con los que concluye pero no se cierra este espléndido modelo de libertad narrativa que es Hipotermia, una novela integrada por relatos, según intención del autor.

Hipotermia

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