Nadie, hostias como panes en Netflix

Horita y media de película que arranca como aquel mítico día de furia de Michael Douglas o quizás hasta evocando al club de la lucha de Brad Pitt y Edward Norton.

La cuestión es ese cabreo paulatino, en fino crescendo que nos cautiva con el reclamo latente de que se van a repartir hostias como panes.

Porque si algo nos ha enseñado Tarantino es que llevando la violencia hasta el extremo del esperpento, todo está permitido. No es cuestión de recrearse en ello con fundamento existencial.

Simplemente matar por matar, sin alevosía ni premeditación. Nada personal, pero la hijoputez se paga. Inspiración en la pintada que se ve por algunas ciudades… «yo también te odio»…

No le des más vueltas. El don Nadie protagonista de esta peli y tú lo sabéis. El puto camión de la basura os tiene manía. Sale disparado cuanto os disponéis a llevarle tus mierdas e intimidades varias. Y es que la rutina atrapa con su inercia anticlimax, pero el camión de la basura se puede escapar aunque salgas siempre a la misma hora a su encuentro.

De ahí la sensación del protagonista de que es Nadie. Un nadie al que se le han escapado todos los trenes, los mejores años, las mejores erecciones y hasta el pelo sobre la cabeza.

Forma parte de esa «ley de vida». Seguramente muchos tenemos lo de la rutina como una bendición. Pero hay quien no sabe llevarla y hay que entenderlos. Porque la sociedad vende motos que jamás puedes comprar.

La cuestión es que si algo ha de romper tu rutina o la de don Nadie (más allá del camión de la basura cuyo conductor saca su dedo corazón mientras se descojona de tí), puede que sea la aparición de unos ladrones a punto de llevarse por delante tu mundo.

O simplemente unos gamberros que molestan a la peña en el autobús. De esos que apetece aniquilar a cuchilladas cuando los ves llegar ocupando los asientos de los mayores o tirando un libro al lector despreocupado.

Para don Nadie se trata de vengar al mundo rollo el tío la vara de José Mota pero made in América. Unos buenos varazos nunca están de más para espabilar y quitar la tontería a tanto atolondrado que campa por ahí.

Una cierta idea de que somos incorregibles facilita la licencia de la violencia gratuita en pelis como esta. Si no tenemos remedio apliquemos en ese caso la justicia más sumaria, el ojo por ojo y el matarile por la simple protesta.

A poco que John Wick, la rubia de Kill Bill y este don Nadie se juntaran como héroes de lo sangriento, se iba a acabar tanta estupidez que se mueve por ahí, como una corriente entre delincuentes comunes o menos comunes.

El asesinato como solución más ridícula, con el manual siempre al lado del «Mindfulness para asesinos», un libro que seguramente ilustraría a este nadie encarnado por Bob Odenkirk. Actor al que yo no conocía, pero a quien ya seguiré la pista con más confianza.

Héroe o antihéroe. ¿Quién sabe ya? En su repertorio de armas para combatir el mal… pues hachas, navajas, cuerdas con las que ahorcar si se tercia, barras de autobús, pajitas de refrescos, palos, vehículos para atropellar a base de bien, relojes o extintores…

Y ya cuando la cosa se pone malita quizás toque recurrir a unas cuantas k47.

Otro asunto reseñable en esto de los héroes aniquiladores es que en el fondo cualquier héroe siempre sueña con ser Robin Hood.

Trincar la pasta en última instancia puede dar esa parte de felicidad (seguramente en torno al 99%) que le corresponde a la pasta, y que todo ciudadano de bien espera conseguir con su esfuerzo diario. Incluidos los asesinos más antojadizos.

Rematamos con una banda sonora repleta de grandes éxitos para acompañar las escenas más míticas. Esas donde palman malos por doquier entre sangre y fuego.

Porque todo personaje mitad héroe mitad canalla necesita de una buena melodía que silbar mientras se acaba el mundo a sus espaldas. You’ll Never Walk Alone, my friend.

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