Las 3 mejores películas de David Fincher

En el cine actual nos encontramos varios ejemplos de tándems habituales director – actor. Sin duda el conocimiento mutuo redunda en la mejor factura de las pelis e incluso, quién sabe, en la reducción de costes. Tim Burton tiene a Johnny Deep, Scorsese cuenta muchas veces con DiCaprio. Y David Fincher es al afortunado director que siempre encuentra dispuesto a Brad Pitt para interpretar a los protagonistas de sus películas.

Claro está que los guiones sobre los que dirige Fincher tienen algo de capital notoriedad para sus protagonistas y así el lucimiento del actor o actriz de turno está asegurado. Se trata casi siempre de tramas donde un personaje sobresale por encima de todo. Algo así como antropocentrismo esencial para que el espectador se mimetize, empatice y hasta habite la piel del prota para transitar por la trama con sus mismas incertidumbres, inquietudes y emociones.

Top 3 películas recomendadas de David Fincher

El club de la lucha

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Al son de «Where ir my mind» de The Pixies, Fincher coge la novela de Chuck Palahniuk y la eleva a categoría de obra paradigmática del individuo actual. Un ciudadano inmerso en la sociedad del supuesto bienestar que en ocasiones torna a completa alienación. Edward Norton es Brad Pitt y Brad Pitt puede ser Edward Norton si le tocan mucho las pelotas a Norton. En suma ambos son Tyler Durden…

El juego de identidades perfecto para apuntar a ese ideal de la persona que querríamos ser en ciertos momentos en los que nada nos encaja. Sobre todo en los casos del anhelo imposible más vengativo e inmisericorde, lo que el bien moral y social nos impide ser. Por eso todo se enfoca hacia una violencia que nace del desencanto, de la suma de frustraciones, de la tensión y exigencias del mundo actual. Tyler Durden el perdedor (el rictus de Edward Norton facilita aún más la cosa) y el Tyler Durden que sale invicto de todas sus fantasías autodestructivas. Hasta que todo explosiona desde la extraña implosión.

Todo empieza en un viaje en avión, cuando Tyler, el oficinista gris, conoce a un carismático vendedor de jabón que sostiene una teoría muy particular: el perfeccionismo es cosa de gentes débiles; solo la autodestrucción hace que la vida merezca la pena. Ambos deciden entonces fundar un club secreto de lucha, donde poder descargar sus frustraciones y su ira, que tendrá un éxito arrollador.

El juego

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Una película fascinante con un Michael Douglas magistral. Una de esas películas que rompe la baraja en cuanto a giros argumentales. Porque si bien el asunto apunta a un conocimiento del espectador sobre el trampantojo erigido sobre Douglas, las cosas pueden virar del modo más insospechado. Un juego psicológico de espejos que compone certidumbres y laberintos de manera alterna mientras la acción se desarrolla sin aliento.

El multimillonario Nicholas Van Orton (Michael Douglas) tiene todo lo que un hombre puede desear. Pero Conrad (Sean Penn), su díscolo hermano, aún es capaz de encontrar un regalo de cumpleaños que pueda sorprenderle: su ingreso en un club de ocio capaz de diseñar a su medida aventuras y pasatiempos exclusivos.

No se puede uno extender más en la trama de esta historia sin apuntar a la resolución final, así que lo dejo ya para que, si no has visto aún esta cinta de 1997 (habiendo pasado ya unos años todo puede ser), disfrutes de lo lindo.

El curioso caso de Benjamin Button

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En esa idea de la vida como un planteamiento equívoco, al que ya apuntaba Quino cuando decía que deberíamos empezar viejos y acabar en un desbocado orgasmo, Brad Pitt consigue materializarlo con su devenir imperturbable, con la asunción de que él va contracorriente y que el martirio es aún mayor. Porque los instantes cumbres, en vidas entrecruzadas por meros instantes de plenitud, siempre se pueden idealizar en espera de segundas oportunidades. Pero en el caso de Benjamin y Daisy todo pasó para olvidarse, para asumir derrotas aún más duras que las que concede el natural transitar en este mundo.

En esa fantástica escenificación que acaba por alcanzar nociones trascendentales, Benjamin Button consigue hacernos creer que sus dones apolíneos son una maldición de la que entresacar otra visión de la vida donde los temores a la muerte que nos marcan, de manera directa o subliminalmente entre cada fotograma de nuestros días, no son más que un anticiparse a la misma nada que es nacer e instantes antes no existir.

La vida es esa bendición que ocurre desde un chispazo que lo enciende todo y ese soplo que se lleva la luz para siempre. Benjamin Button nos acompaña un tiempo y luego nos deja ir con esa sonrisa de rictus inolvidable, como transmitiendo la confianza de que la muerte no es para tanto. O incluso que después de nuestro postrero latido puede esperar algo que el añorará para siempre porque ya lo conoció antes de llegar al mundo.

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