La cantera de los escritores One Hit Wonder (de un solo éxito) es inagotable. Anthony Burgess pertenece a este batallón que podrían encabezar J.D. Salinger, Patrick Süskind o Harper Lee.
Pero en este heterogéneo grupo hay casos y casos. Desde el citado Salinger que en no pocas ocasiones se repudió y minusvaloró su Guardián entre el centeno, hasta el Süskind cuyo El perfume se estuvo incluyendo como lectura para chicos de medio mundo en los institutos.
Burgess era escritor antes de su hit La naranja mecánica y lo siguió siendo después de que Kubrick decidiera llevar al cine el guion de su novela una década después de que fuera escrita.
O sea que la pertenencia de Burgess a los One Hit Wonder pasa por ser algo ocasional, nada prefabricado u orquestado desde alguna inaudita operación de marketing, ni tampoco fruto de ese oportunismo u oportunidad con el que algunas novelas se abren paso. Ni Burgess empezó a escribir con su naranja mecánica ni dejó de hacerlo después de la gloria cinematográfica que la redescubrió para todo el mundo.
Así que en Burgess tenemos a un autor siempre por descubrir en sus más de veinte obras y saltos hacia la dramaturgia, el ensayo y los artículos. Un escritor que contiene muchas versiones de sí mismo, desde el punto subversivo de su obra cumbre hasta un cierto aspecto negro e incluso obras de corte entre lo fantástico y lo surrealista.
Top 3 libros recomendados de Anthony Burgess
La naranja mecánica
¿Qué decir de La naranja mecánica que ya no sepas? Si acaso insistir en que la lectura de una obra así es todavía mas recomendada si cabe. Porque en su obra maestra por duplicado de Kubrick en la dirección la crudeza se nos dá masticada mientras que en esta novela somos nosotros y nuestra imaginación la que debe procesar todo lo escrito.
Y en una obra tan potente como esta el asunto resulta mucho más salvaje, las imágenes alcanzan más aún desde esas descripciones y pinceladas psicológicas a las que la pantalla nunca llega. No es cuestión de encontrarle más morbo al asunto, es cuestión de redescubrir la pureza del conjunto más transgresor, como el 1984 de George Orwell pasado en medio de un viaje de ácido lisérgico.
La naranja mecánica cuenta la historia del nadsat-adolescente Alex y sus tres drugos-amigos en un mundo de crueldad y destrucción. Alex tiene los principales atributos humanos: amor a la agresión, amor al lenguaje, amor a la belleza.
Pero es joven y no ha entendido aún la verdadera importancia de la libertad, la que disfruta de un modo violento. En cierto sentido vive en el edén, y solo cuando cae (como en verdad le ocurre, desde una ventana) parece capaz de llegar a transformarse en un verdadero ser humano.
Sinfonía napoleónica
Si nos fijamos bien, en la Historia siempre acabaron por encumbrarse como grandes dictadores los tipos de apariencia más insignificante y hasta ridícula en ocasiones. Qué decir de Hitler…, o de Franco.
Pero aquí nos centramos en Napoleón y su úlcera. Un tipo con apariencia de humorista haciendo caricatura de algún glorioso militar. Burgess también lo tuvo entre ceja y ceja para contarnos esta historia.
He aquí a Napoleón despojado de la parafernalia oficial; un hombre visionario y delirante que ríe, vocifera y patalea, rodeado de una cohorte de personajes aborrecibles: desde los parientes corsos hasta los mariscales, los gruñones veteranos de la Vieja Guardia, o Barras, Telleyrand, madame de Stäel y muchísimos otros.
¿Y la inconstante e infiel Josefina? Paradójicamente ella es para el emperador el único remanso de paz, de eternidad y de amor verdadero. Una sinfonía tragicómica en cuatro movimientos, con una obertura a Josefina y una coda a la Historia Universal que toma como modelo la Heroica de Beethoven para crear una obra irreverente, divertida y brillante donde Burgess exhibe con desenfado todo su virtuosismo y erudición. El resultado es un Napoleón tan vivo que el lector tiene la impresión de haberlo conocido.
Vacilación
Quizás fue cosa de compensar el ácido reflejo del mundo de la naranja mecánica. O tal vez alejarse precisamente de una novela tan estigmatizadora para su autor.
Y sin embargo los polos se acaban atrayendo. Porque en el humor satírico que Burgess despliega en esta novela detectamos esa misma intención última de burla frente a lo formal.
Denis Hillier, un espía del Servicio Secreto inglés, acepta a regañadientes una última misión antes de retirarse del servicio. Debe encontrar y secuestrar a Roper, su amigo de la infancia, un científico que ha desertado y, en plena guerra fría, se ha pasado al otro lado del telón de acero.
La novela se convierte en una auténtica caricatura del género de espionaje, con un anti-héroe desaliñado, despistado y desastroso cuya imagen queda muy lejos del espía frío, atildado y eficiente al que estamos acostumbrados.
De forma magistral, Burgess nos narra una historia intensa y llena de suspense, que se torna descripción de la tortuosa guerra fría que le tocó presenciar, y toda una reflexión ética.
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