Todo un hombre, el regalo de Tom Wolfe para Netflix

Si Tom Wolfe levantara la cabeza… (se daría con la losa, terminaba el chiste). No sé cómo le sentaría encontrar su libro hecho serie en Netflix. Porque Wolfe era un tipo singular. Impecable en su White look, como de ángel caído al infierno sin apenas rozar el terruño que los demás habitamos. Tom Wolfe no era de este mundo en fondo y forma, en apariencia y en su incomparable pluma.

Y ahora va Netflix y resucita una de sus mejore obras. Sin duda buscando una vez más petróleo. Historias llegadas desde la mejor literatura con las que generar guiones para la infatigable marabunta de afiliados. Esas pirañas siempre anhelantes de nuevos contenidos.

Leí esta novela de Wolfe hace tropecientos años. Recuerdo haber sintonizado con Conrad Hensley, un personaje aparentemente periférico respecto a la trama. Por lo menos de partida. Me encarné en él en cuanto lo vi deambular con más dolor que gloria por una fábrica. Lo mismo que me tocaba a mí hacer por aquellos días de trabajos juveniles con los que cubrir estudios y juergas. Así que al empezar con «Todo un hombre» versión serie de Netflix pensé: ¡joder, en esta adaptación la odisea de mi alter ego el currante va a ser una apoteosis! Y de inmediato me puse a verla.

La ventaja de las series frente a las pelis es que no hay ese problema de encaje de trama de una novela de cientos de páginas, sintetizadas en 2 o 3 horas de peli. Resumir las grandes obras produce graves amputaciones en los guionistas más infumables. Una serie bien adaptada puede ofrecernos desde el capítulo 1 de una novela hasta el 300 de la manera más fiel posible. De hecho, a mayor extensión, si la cosa va bien en visualizaciones, más éxito para Netflix o la plataforma que sea. Bienvenida una novela de cientos y cientos de páginas para saciar a los afiliados pirañas.

Así que en «Todo un hombre» despegamos con el magnate Charlie Croker interpretado a la perfección por el sorprendente Jeff Daniels (el rubio de «Dos tontos muy tontos»). Y pronto descubrimos en Charlie a ese estereotipo de triunfador entre deudas, de héroe con pies de barro. A sus 60 años parece aquel Gil de los 80 en España, solo que en Atlanta. Por tanto con una pizca más de glamour pero entre similar chabacanería…

Pero lo que Netflix nos anticipa, a diferencia del libro, es que Charlie está a diez días de espicharla. Se trata de ese gusto por empezar por el final que están tomando las pelis y series últimamente. Una especie de gancho que invita a pensar en el cómo se pudo llegar hasta allí… Y eso es lo que vamos a ir viendo, considerando que la cosa solo puede ir a peor para acabar con Charlie tumbado en su alfombra con un más que probable fallo cardíaco. Solo, sin nadie que lo atienda a su alrededor como contraste con la fiesta de su cumple con la que la serie empezó.

Entre Charlie Croker y su remoto empleado Conrad Hensley hay más que un abismo en el escalafón social. Pero los curiosos renglones torcidos del destino están procurando un encuentro en algún extraño punto de inflexión. Porque Charlie encuentra en Conrad sintonías circunstanciales, otra causa por la que enfrentarse al mundo.

Aunque no todo es enteramente casual entre los dos. La novia de Conrad, y recepcionista del edificio principal de Charlie, implora su ayuda. La policía ha arrestado a Conrad por resistirse a la autoridad mientras la grúa trataba de llevarse su coche. Entre esa injusticia puntual y la conspiración de todos contra él para arrebatarle su poder, Charlie Croker parece focalizar el pequeño desencuentro de su remoto empleado con la pasma como una última acción magnánima del gran Charlie Croker. Porque puede que su caída sea definitiva.

Hay un aspecto desconcertante pero acertado en la puesta en escena de esta serie. Por un lado su estética evoca sin duda a años postreros del siglo XX en el que fue creada la novela original. Pero otra parte: vehículos, ordenadores, móviles y demás son de nuestros días. Resulta curioso descubrir como una novela planteada por Wolfe como algo muy ajustado a su tiempo, la Atlanta de negocios turbios y ambiciones desmedidas, llegue a trasladarse a nuestros días con idéntica vigencia. Quizás por ahí venga el juego de contrastes. Como trasfondo final el mismo mamoneo, el mismo politiqueo, los mismos trapos sucios, y la interminable hoguera de vanidades (guiño, guiño) sigue siendo la misma allá en los 80, ahora y hasta el fin de nuestros días.

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