Nora Roberts o la inagotable capacidad para despertar nuevas armonías entre el género romántico con multitud de ramificaciones como el género de aventuras o incluso el misterio. Como muestra sirva el botón de esta novela con la que cierra su última saga.
La oportunidad la pintan además de calva siniestra para plantear una trama sobre virus capaces de desestabilizar todo y destruir nuestro mundo.
Pero en defensa de Nora Roberts hay que apuntar que todo empezó en 2019 antes de nuestro particular y real apocalipsis, con una novela «Año uno» que anunciaba una trilogía fascinante que aquí parece concluir (aunque no me extrañaría que aparecieran precuelas o nuevas y sorpresivas entregas, visto el acierto y el seguimiento).
En lo meramente literario, la distopía de un porvenir negro queda superada en este caso con la apertura del nuevo mundo, de un paraíso donde los nuevos Adanes y Evas ya saben como se las gasta la naturaleza creada por Dios.
Y en esta tercera parte, como digo, ya hemos superado esa expiación de pecados de nuestra civilización para acomodarnos al nuevo mundo. Un lugar donde todo ocurre con el mayor peso y la más intensa trascendencia de las primeras cosas, de los primeros pasos de una nueva civilización en ciernes.
Ahí es donde la joven Fallon Swift toma las riendas de la trama como una heroína sacada de una novela postapocalíptica de Stephen King, con tremendas sombras cernidas sobre ella, con el viejo peso del mundo sobre sus hombros.
En compensación a la oscuridad, como solo Nora Roberts podría hacer, disfrutamos del enorme brillo de lo auténtico al detectarse entre las sombras. La elegida se aproxima al final de su destino, con la sensación de zozobra que solo los grandes autores son capaces de despertar entrega tras entrega de una obra por entregas de semejante entidad, con sus nuevos mundos y los eternos dilemas del ser humano expuesto a la verdad última, más allá de todo artificio, donde solo llegan la fé o la imaginación.
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