Podemos agrupar tipos de escritores (y no acertaremos, pero la cuestiĂłn es darle juego a nuestra razĂłn lĂłgica), segĂşn su vertiente más cronĂstica o más emocional. O sea que, por un lado, están los narradores que nos cuentan historias y por el otro tenemos a los que nos cuentan como se sienten esas historias. Rodrigo Muñoz Avia es más de sensaciones. Y el asunto cobra entonces más dificultad pero mayor trascendencia como recompensa.
En el noble arte de novelar lo sensorial pocos alcanzan la excelencia. Si acaso Milan Kundera o JosĂ© Luis Sampedro. Por la parte que le toca a Muñoz Avia se entrega a la misiĂłn desde la verdad y el convencimiento, salpicando con esa sangre propia de aroma metálico, crudo adornada en su caso con un desconcertante y mágico humor. AsĂ que siempre es de agradecer que en su faceta de novelista decida tocar los argumentos con más aristas. Porque todo lo demás es eso, de más, más fácil…
Las mayores sensaciones son las que nos llegan del pasado con ese punto melancólico. El de un olor a leña en el fuego o el de un viejo perfume que de vez en cuando nos asalta desde el cuerpo equivocado. La voluntad de compensar tristeza con ese humor que sale franco desde la lágrima es el colofón del ingenio de este escritor.
Top 3 novelas recomendadas de Rodrigo Muñoz Avia
La tienda de la felicidad
Hubo un tiempo en el que Glattauer nos fascinĂł a todos recuperando el gĂ©nero epistolar insertado en medio de las pujantes nuevas tecnologĂas. Y la cosa de los correos electrĂłnicos como anticipo del fin de las cartas en medio de una relaciĂłn romántica de las de antaño nos atrapĂł. Se trataba de vivir una gran tensiĂłn sexual pese a la ausencia de contacto, con notas de frustraciĂłn y desesperanza entre anhelos y esperanzas. Muñoz Avia deconstruye lo epistolar hacia el esperpento hacia lo que apuntĂł finalmente la tecnologĂa y los emails, los whatsapp y lo que estĂ© por llegar.
Carmelo Durán necesita pocas cosas en la vida: un ordenador con internet, un supermercado online donde comprar comida en cantidad y unos cuantos interlocutores cibernéticos con los que discutir. Pero todo cambia cuando un error en un pedido le pone en contacto con Mari Carmen, la encargada de atención al cliente del súper.
La tienda de la felicidad es una novela epistolar, escrita en forma de mensajes de correo, con un protagonista inolvidable, mezcla quijotesca del Ignatius de La conjura de los necios y la Helene de 84, Charing Cross Road. Una historia de personas reales, con sus peripecias diarias, que se ganará un hueco en el corazón de los lectores.
Psiquiatras, psicĂłlogos y otros enfermos
El latinajo ya lo avisaba: Medice cura te ipsum. Lo que es lo mismo, que nadie está libre de la enfermedad mental. Menos aĂşn quienes ejercen de vigĂas de la normalidad, observadores de filias y fobias capaces de devorar la voluntad de cualquiera o derivadas hacia cauces patolĂłgicos de insospechada resoluciĂłn final. Nada mejor que una novela sobre el asunto, sobre los umbrales de la razĂłn que nos acechan en el momento en que nos decidimos a analizar nuestro camino con empeño en la profundidad de lo existencial. Un asunto tan trágico como lleno de oportunidades para un sabio narrador del esperpento, de nuestro histrionismo vital.
Rodrigo Montalvo es el colmo de la placidez. Sus hijos, su mujer y su gato le quieren con locura. Trabaja, con muchĂsima moderaciĂłn, en la empresa de su padre y vive en un gigantesco chalet. Y, además, es un hombre feliz. O al menos, eso ha creĂdo siempre.
Hasta que un buen dĂa un psiquiatra, cuñado suyo para más señas, empieza a hacerle dudar. Y el mundo cae sobre su cabeza. Nuestro hĂ©roe quiere saber quĂ© le pasa, y visita las consultas de psicĂłlogos, psiquiatras, hipnotizadores y curanderos, que aportan soluciones desternillantes y, por supuesto, no dudan en saquear su cartera. Pero la mayor sorpresa no llegará hasta el final, y vendrá de quien menos lo espera…
Rodrigo Muñoz Avia consigue hacernos reĂr y pensar al mismo tiempo. Su novela Psiquiatras, psicĂłlogos y otros enfermos nos recuerda entre sonrisas que, más que intentar estar bien de la cabeza, la mejor meta para nuestras simples vidas deberĂa ser vivir contentos y hacer un poco más felices a los demás.
La casa de los pintores
De chaval tuve un amigo hijo de pintor. Y aquella bohemia en la que Ă©l se movĂa se nos aparentaba entonces con la idĂlica sensaciĂłn de la felicidad más bucĂłlica. Ni televisiĂłn ni nada que pudiera estorbar una sana conversaciĂłn en la casa de mi amigo en un pueblo a las faldas del Moncayo. Buenos dĂas aquellos. En muchos matices este libro me recuerda aquella visiĂłn idealizada y saturada de los colores de la creatividad y el ingenio. Nadie mejor que el autor para adentrarnos en esta semblanza de vida hecha novela.
En este libro hablo de quiénes fueron mis padres y cómo fue mi vida con ellos. Uno debe escribir de aquello que más sabe, debe compartir, de la manera más honesta que sea capaz, la mejor historia que lleve dentro. En este momento esta era mi mejor historia, la de mis padres, la de mi origen.
»Siempre he creĂdo que en buena parte estoy hecho de pintura. Mis padres eran artistas plásticos y se conocieron y se enamoraron gracias a la pintura. En nuestra casa y en nuestra vida familiar la pintura estaba por todas partes. No habĂa un espacio para ser pintores y un espacio para ser padres o para ser hijos. Todo estaba unido. Éramos hijos de la pintura.
»Yo pasaba tardes enteras viĂ©ndolos trabajar en sus estudios, fascinado por el aspecto plástico y artesanal de su oficio. Me encantaba tener a unos padres tan diferentes a los de mis compañeros de colegio y dejaba que el aura que envolvĂa su trabajo creativo, con el reconocimiento que empecĂ© a descubrir que tenĂa, me envolviera tambiĂ©n a mĂ, como si el ser hijo de ellos fuera un mĂ©rito mĂo. QuerĂa y admiraba mucho a mis padres, con sus personalidades tan diferentes y tan singulares, y deseaba quedarme todo el tiempo en su mundo fabuloso de artistas, de conversaciones y reivindicaciones polĂticas, de cenas, de viajes, de exposiciones aquĂ y allĂ.
»El dĂa en que murieron, mi padre en 1998 y mi madre en 2011, descubrĂ que yo no estaba hecho solo de pintura. La muerte no se llevĂł a los artistas, pero sĂ a las personas. El artista sobrevive, perdura para todos, pero el hijo que yo era habĂa perdido a sus padres. Este libro trata de recuperar a esas personas y compartirlas con los demás.»