La buena de Harper Lee nos lo pone fácil en el particular empeño de este espacio por seleccionar subjetivamente las mejores obras de cada autor. Sus dos novelas son su legado en cuanto a narrativa de ficción y en su comparación suele nacer fácilmente la selección que enseguida abordaremos. Luego están los recopilatorios, la minería editorial en busca de relatos anteriores. Perdonamos el afán vendedor por ser una voz fundamental del siglo XX.
Porque, en el haber de esta escritora, encontramos esa gran obra inmortal, cegadora en su momento para Harper Lee por lo abrumador de su repercusión. Ocurrió ya con Kennedy Toole y «La conjura de los necios«. O con Patrick Suskind y «El perfume». O hasta con Salinger y «El guardián entre el centeno».
Todos ellos, junto a Harper, hacedores de esa novela considerada como obra maestra que traducida a la practicidad de sus vidas como creadores, supuso más una losa para seguir escribiendo. No es fácil crear con la espada de la perfección pendiendo sobre sus cabezas, cual Damocles de la literatura.
Pero no sé por qué intuyo el caso de Harper Lee algo diferente. Como la feliz asunción de la gloria literaria y hasta cinematográfica de «Matar a un ruiseñor» sin mayor tormento creativo.
Si su gran historia llegó a todo el mundo como efecto viral, ¿Qué más da que no pudiera después igualarla? Harper Lee sonreía habitualmente con satisfacción, con los royalties bien asegurados y a otra cosa, mariposa.
Incluso diría que la publicación en 2015, año anterior al de su fallecimiento, de «Ve y pon un centinela«, parece más un acto ajeno a su voluntad, una forma de estirar o complementar una bibliografía que para ella seguramente ya sería plena con ese ramalazo de inspiración e ingenio que la hizo inmortal:
Libros recomendados de Harper Lee
Matar a un ruiseñor
La brillante metáfora del título como cruda comparación con el racismo abiertamente imperante en un Estados Unidos de los años 30. Un país cargado con complejos y culpas atávicas que forzaban al hombre blanco a buscar su refuerzo desde la convicción moral que justificaba el clasismo en base al color de la piel.
Por supuesto la cosa se acentuaba en el sureste del país, donde las explotaciones del sector primario concentraban a grandes colectivos de trabajadores de color. Y hasta la mismísima Alabama nos desplazamos desde los recuerdos de Jean Louise Finch, una chica díscola y hasta violenta si tocaba enfrascarse en cualquier causa.
Conocida desde aquellos días como Scout, Jean mantiene el recuerdo a fuego de unos días extraños. El empeño de su padre por defender al negro Tom Robinson, acusado de agresión sexual, trastocó todos aquellos días de su niñez. Quizás no fueran buenos días.
Y, sin embargo, ahora Jean sabe que entonces aprendió la gran lección de su vida sobre humanidad, ética y civismo. Seguramente daba igual quién fue el autor de la violación.
Con la mera sospecha de que cualquiera de aquellos despreciables negros pudieron sobrepasarse con la víctima, las gentes entraban en un estado de cólera capaz de todo.
Pero gracias a ejemplos como el de Atticus, el padre de la chica, reforzamos la idea de que la justicia debía ser igual para todos, aunque tan solo como excepción a la regla hasta el día de hoy; como paradigma de las causas perdidas; como ejemplo de que no se puede perder antes de luchar.

Ve y pon un centinela
Una especie de precuela, o secuela, según se mire. Porque si bien se dice que esta obra nace del rescate de un extenso borrador de la autora, los hechos narrados parten mucho tiempo después de «Matar a un ruiseñor», pese a que el argumento también gira sobre la misma base.
La lucha en el caso de la violación que llevó Atticus se divisa, más de veinte años después, como un vago recuerdo que, sin embargo, sumó para que la sociedad apunte al cambio, encontrando recalcitrantes racistas pero ya enfrentados a tantos o más revolucionarios de todo color.
Aquella niña desde el que divisamos la primera parte, Jean, ya es una joven en busca de su destino en la gran manzana. La historia empieza en uno de sus viajes ya como adulta al origen, a la casa de sus padres.
Y ocurre lo que en ocasiones nos pasa a todos. Jean siente que en parte ha traicionado a la Scout que fue, sus principios y sus planes de vida. No le queda otra que reírse de sus miserias y quizás hacer propósito de enmienda.
De cualquier forma la figura plena de entereza de su padre en los días duros del caso del pueblo contra Tom Robinson y aún hoy, le sirven para considerar que siempre se puede recomenzar…

la tierra del dulce porvenir
Siempre hay un antes en todo escritor. Siempre hay un relato, una novela o cientos de páginas guardadas en el cajón que nadie conoce y que, llegado el momento asalta la duda de si merece la pena mostrar a ese escritor antes de ser escritor. En el caso de Harper Lee merece la pena sin duda. Porque no se prodigó tanto y porque desde esa literatura en esencia, apetece seguir el rastro hasta los motivos y las ideas que podían rondar antes de la gran obra ya reconocida mundialmente.
La tierra del dulce porvenir reúne esos cuentos inéditos, que todos daban por perdidos y fueron descubiertos en su apartamento tras su muerte, así como los textos que Lee publicó en la prensa entre 1961 y 2006 con reflexiones sobre la enseñanza responsable, Gregory Peck o Truman Capote. Una mirada sin precedentes al nacimiento de su voz inimitable, de sus personajes y al desarrollo de unos temas que siguen siendo vitales como la política, la igualdad, el amor, la ficción, el arte, el Sur de Estados Unidos y lo que significa llevar una vida comprometida y creativa, que cierra el círculo sobre una de nuestras escritoras más queridas.
Esta edición, que se lanzará internacionalmente, incluye un esclarecedor prólogo de Casey Cep, la biógrafa de Harper Lee, que conecta los relatos con la vida de Lee y con sus dos novelas, e imágenes del manuscrito anotado por la autora.

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