Los 3 mejores libros de Roland Barthes

Comunicar es un don. El lenguaje es la herramienta. El escritor francés Roland Barthes se adentró hasta lo más profundo del lenguaje en busca del significado último del verbo, del sustantivo, del adjetivo… de todos los tipos de palabras y unidades lingüísticas. Pero también fijó su visión panlingüistica sobre el sonido desde el que nace el lenguaje (entonación o volumen) o del signo a través del cual también hacemos lenguaje y, por tanto, comunicación.

La cuestión es hacer tratado pero con ese ánimo divulgador que nos hace sentir que, como no podía ser de otro modo, el asunto del lenguaje y la comunicación va con todos nosotros. Recordemos eso del don y la herramienta con lo que iniciaba este post… Si tienes las herramientas y conoces su valor, la comunicación se convierte en ese don hecho arma con la que convencer, persuadir o transmitir como un eco allá donde las emociones interpretan lo dicho o escrito como música para la razón.

Así que Roland Barthes es una suerte de filósofo metalingüístico que nos conduce a una sabiduría muy particular donde podemos descifrar etimologías a la vez que encontramos un apego especial a todas esas palabras llegadas como desde la prestidigitación. Porque antes de la palabra no hay nada. Y en cuanto se despierta el primer susurro podemos reconvertir la realidad en torno a quien nos escucha. Porque nuestras palabras transforman una realidad subjetiva que en esencia es cómo se nos cuenta en mayor medida de lo que pueda o no pueda ser.

Top 3 libros recomendados de Roland Barthes

El susurro del lenguaje: Más allá de la palabra y la escritura

La voz interior marca el paso a la voluntad. El susurro interior, como rumor apenas audible, se ubica entre nuestro interés por comunicar y nuestra capacidad para hacerlo. Todo nace en ese susurro. Desde el que atiende el escritor cuando se dispone a emprender un nuevo capítulo de su libro hasta el que exterioriza el peor dictador hecho ruido, confusión y hasta temor.

El susurro denota un ruido límite, un ruido imposible, el ruido de lo que, por funcionar a la perfección, no produce ruido; susurrar es dejar oír la misma evaporación del ruido: lo tenue, lo confuso, lo estremecido se reciben como signos de la anulación sonora. Y en cuanto a la lengua, ¿puede susurrar? Como palabra parece ser que sigue condenada al farfulle; como escritura, al silencio y a la distinción de los signos: de todas maneras siempre que da demasiado sentido para que el lenguaje logre el placer que sería el propio de su materia. Pero lo imposible no es inconcebible: el susurro de la lengua constituye una utopía.

¿Qué clase de utopía? La de una música del sentido. La lengua, susurrante, confiada al significante en un inaudito movimiento, desconocido por nuestros discursos racionales, no por ello abandonaría un horizonte de sentido: el sentido, indiviso, impenetrable, innominable, estaría, sin embargo, colocado a lo lejos, como un espejismo… el punto de fuga del placer. Es el estremecimiento del sentido lo que interrogo al escuchar el susurro del lenguaje, de ese lenguaje que es, para mí, hombre moderno, mi Naturaleza.

Lo obvio y lo obtuso: Imágenes, gestos y voces

La comprensión subjetiva del lenguaje compone todo un universo de interpretaciones, malentendidos y demás derivas que escapan al emisor de un mensaje. Curiosa y paradójicamente también es esta limitación una riqueza del lenguaje a tratar, según el autor, desde un punto de vista de nuestros propios condicionantes circunstanciales o digamos que endémicos para esa lectura entre líneas sobre la que se puede debatir hasta el absurdo cuando la cerrazón o el sentido obtuso interfiere.

En cualquier intento de expresión podemos distinguir tres niveles: el nivel de la comunicación, el del significado, que permanece siempre en un plano simbólico, en el plano de los signos, y el nivel que Roland Barthes llama de la significancia.

Pero en el sentido simbólico, el que permanece a nivel de signos, se puede distinguir dos facetas en cierto modo contradictorias: la primera es intencional (no es ni más ni menos que lo que ha querido decir el autor), como extraída de un léxico general de los símbolos; es un sentido claro y patente que no necesita exégesis de ningún género, es lo que está ante los ojos, el sentido obvio. 

Pero hay otro sentido, el sobreañadido, el que viene a ser como una especie de suplemento que el intelecto no llega a asimilar, testarudo, huidizo, pertinaz, resbaladizo. Barthes propone llamarlo el sentido obtuso.

Variaciones sobre la escritura

En realidad el título de un artículo que Roland Barthes escribió en 1973, Variaciones sobre la escritura, se presenta como una recopilación de textos de su autor que abarcan el fenómeno en cuestión desde todas las perspectivas: temas como la gramática y la lingüística, por supuesto, pero también autores como Benveniste, Jakobson o Laporte, estructuran un mosaico teórico en el que también caben notas sobre las propias reflexiones de Barthes al respecto o incluso comentarios tan poco usuales como el dedicado al diccionario Hachette.

Desde su perspectiva de semiólogo, Barthes contempla la escritura no como un procedimiento que utilizamos para inmovilizar y fijar el lenguaje articulado, de naturaleza siempre fugitiva. Muy al contrario, para él la escritura rebasa considerablemente y, por así decirlo, estatutariamente, no sólo el lenguaje oral, sino también el lenguaje mismo, si lo encerramos, como quieren la mayoría de los lingüistas, en una pura función de comunicación. La reflexión que se establece a partir de aquí es, como siempre en el caso de Barthes, tan atrevida como transgresora, pues acaba convirtiendo sus propios textos en un acto creativo mucho más allá del análisis erudito.

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