Las 3 mejores pelis del irregular Mario Casas

Con Mario Casas me pasa algo extraño. Por un lado, me parece buen actor, pero por otro se me representa siempre el mismo personaje, independientemente del papel que interprete. Debe ser cosa de su marcada presencia o su tono de voz más bien bajo, como un empeño por susurrar sus interpretaciones.

Diría que es un actor eficiente, que cumple, un tipo afortunado, que consigue buenos papeles, que termina por interpretar con acierto. Pero me parece que le falta algo más, ese plus que pudiera convertirlo en un actor cargado de mayores registros interpretativos.

Aun así, ya que viene siendo uno de los actores más valorados y requeridos en la escena cinematográfica española, lo traigo a este blog para rescatar sus mejores películas, siempre a mi parecer.

Top 3 películas recomendadas de Mario Casas

El practicante

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Para mi en esta película Mario Casas casi consigue salir de su propio bucle para ofrecernos una interpretación muy ajustada al pellejo del protagonista. Solo le quedaría aparcar ese tono monocorde, esa inflexión fija de su voz para romper aquí como un actor más versátil.

El resto de aspectos son convincentes en su interpretación. Porque hay un punto de transformación a lo doctor Jekyll y Mr Hyde, o como de fantasma de la ópera, o de Dorian Gray… supongo que entendéis a qué me refiero… El tipo que acaba sumido en sus propias sombras. El hombre afortunado que finalmente se ve aplacado por la fatalidad.

Al final Ángel, que así se llama el joven practicante que queda paralítico tras un accidente, nos alcanza con ese resquemor sobre su propia existencia, sobre los planes de vida junto a su chica y la cruda realidad de lo que queda de él. Y ante semejante frustración Ángel decide tomarse cumplida venganza.

Su novia cada vez se aleja más de él. Porque su vida pasa únicamente por la silla de ruedas que lo aferra a un destino insospechado del que se ve incapaz de remontar. Y cuando Ángel acaba dejándose llevar por sus demonios toda su vida y la de los que le rodean se convierte en un inquietante infierno…

El inocente

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Siendo esta serie tan larga puede considerarse como una peli a reseñar. De hecho si la ves de tirón te lleva más tiempo que una película. Aquí también Mario consigue un nivel de gran intensidad salvo por los detalles indicados en torno a sus interpretaciones más textuales y de pronunciación a los que no quiero aludir constantemente. En este Inocente versionando la novela de Harlan Coben, Mario Casas, el inquietante Mat nos va guiando al lado oscuro más laberíntico.

Una estupenda serie que mantiene la tensión y que te puede enganchar hasta el punto de perder media noche con esa afán de «venga, un capítulo más y lo dejo…» Y eso que el salto entre el primer y el segundo capítulo resulta algo radical, como si te hubieras equivocado al seleccionar ese nuevo capítulo, como si a los de Netflix se les hubiese ido la olla y cargaran en streaming dos episodios consecutivos de una serie distinta.

Pero es aparecer Alexandra Jiménez (Lorena) por ahí con su mirada que atraviesa la cámara y darle inmediato voto de confianza al asunto. Aunque, si es por tocar un poco las pelotas con detalles, lo de la peluca que le encasquetan a Lorena de las del bazar chino, por momentos te puede desconcertar…

Y pasado el segundo capítulo, divergente pero necesario para ir engarzando la trama desde las dos ramas en torno a Mateo y Lorena, nos vamos adentrando en una noria de emociones donde cada personaje se nos presenta como la víctima de turno. Porque la vida duele, desgasta, cambia y hasta tortura en según que submundos te toque vivir o qué azarosos infiernos te toque atravesar…

Mujeres que intentan salir de la prostitución; un potentado padre, gran cirujano para más señas (genial Gonzalo de Castro), con un odio contenido que puede desembocar en cualquier cosa; monjas ligeras de sotana que alternan misas con parroquias profanas… Así acaba el convento, lleno de cilicios con los que apaciguar culpas y secretos.

Sumamos, claro está, corrupción y dinero negro, trata de blancas y abusos inimaginables para mentes depravadas de cuello blanco. Un polvorín hecho trama como antología de la amoralidad.

Investigadores de una UDE que nunca se sabe bien lo que realmente buscan. Algo así como la CIA cuando parecen dar pábulo al delincuente para terminar alcanzando otras esferas de delincuencia mayor. Un José Coronado descaradamente encargado de tapar miserias de jueces o políticos o cualesquiera otros que hayan participado del escabroso lado salvaje del mundo.

No sabes por dónde va a romper todo. Pero el asunto apunta a giros inesperados. Porque seguimos sumando traiciones mientras las vidas de Lorena y Mateo se nos van presentando con sus debidos flash back para que vayamos atando cabos o al menos intentándolo. En torno a ellos dos, el resto de personajes de la serie también brillan con esa luz propia de las interpretaciones perfectamente empastadas con escenografía y caracterización de perfiles psicológicos en un mundo cargado de tribulaciones, penas y culpas…

Pero no hay dos personajes fundamentales sin un tercero en discordia que se coloque a su altura. Ese es el caso de Olivia, la novia de Mat, con un papel también esencial sobre el que pivota ese aspecto sórdido del proxenetismo con estribaciones jamás imaginadas y que fundamentan los giros que han de venir. Porque el plan que idea Olivia para salir de su vida acarrea rupturas vitales como sismos que acabarán replicando en un futuro irreconciliable del todo con el tormentoso pretérito.

Y sí, todo estalla con la precisión de un derribo. Solo que cuando el edificio cae y entre los cascotes descubrimos a nuestros protagonistas más o menos vivos, aún queda la explosión final, esa que queda como un eco resonando en nuestra conciencia…

El bar

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Una película más que rescatar de Mario Casas aunque en esta ocasión sea más por la batuta de Alex de la Iglesia, capaz de dotar de suspense la escena más insospechada…

Claustrofóbica como aquella Cabina de Antonio Mercero. Solo que aquí el asunto no es un soliloquio sino un canto coral de personalidades asomadas a lo siniestro. Algo así como aquellas pelis de personajes encerrados en una casa con un muerto encima de la mesa.

Pero claro, siendo Álex de la Iglesia quien dirige el cotarro el asunto se enrarece debidamente para sacar lo peor y lo peor (sí, lo peor y lo más peor) de cada uno de sus variopintos personajes. Nadie puede salir de aquel bar que los ha concitado ahí como solo las fuerzas centrípetas más insospechadas pueden hacer. Poco a poco el enredo se va sumiendo entre los personajes, tiznándolo todo de negro. Porque todos ellos tienen esa culpa pendiente, la razón que los ha llevado hasta ahí como a pecadores frente a su último suplicio…

Mario Casas aquí también consigue dotar de tensión a su personaje (joer, si es que solo le faltaría hacerse un curso de pronunciación al estilo Demóstenes para conseguir ganar en recursos vocales) y acaba siendo uno de los protagonistas con mayor «cuajo» de la atomizada representación.

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