Cierto es que cuesta encontrar nuevas voces que hablen de amor entroncado con vitalismo, con filosofía, con trascendencia desde el roce de la piel o hasta desde el orgasmo. Y eso que el asunto es todo un reto narrativo donde el escritor o escritora de turno puede demostrar, si no se pierde en el intento, que la literatura realmente alcanza los espacios que ningún otro arte o ámbito del conocimiento abarcan.
Una joven filósofa maña toma el relevo de Milan Kundera, de Beauvoir o hasta de Kierkiegaard. Se llama Sara Barquinero y para tan enjundiosa tarea se hace con su particular Agnes llamada en su caso Yna. Lo que pudo vivir y sentir Yna, lo que puede quedar de ella en su devenir olvidado en forma de diario, acaba por dar sentido a cualquier otra vida asomada a dudas hasta ontológicas en el simple empeño de vivir.
¿Quién es Yna? ¿Por qué su diario íntimo, crónica de su enamoramiento de Alejandro en 1990, ha aparecido en un contenedor de Zaragoza? La protagonista de Estaré sola y sin fiesta no puede evitar hacerse estas preguntas cuando encuentra el viejo cuaderno manuscrito de Yna. Hay algo en la prosa sencilla de esa desconocida que la empuja a querer saber más.
Su historia tiene una fuerza contagiosa que, a pesar de la distancia, la obliga a pensar en sí misma, hasta el punto de dejar toda su vida en pausa para dar comienzo a una investigación que la llevará a Bilbao, Barcelona, Salou, Peñíscola y, finalmente, de vuelta a Zaragoza. ¿Es cierto que nadie fue al cumpleaños de Yna el 11 de mayo de 1990? ¿Tiene sentido que el amor de su vida nunca la llamara? ¿A qué respondía esa gran obsesión romántica? ¿Y dónde estarán ahora sus protagonistas? ¿Seguirán vivos?
Con ecos de Roberto Bolaño y Julio Cortázar, la jovencísima filósofa y escritora Sara Barquinero construye una asombrosa historia de deseo y de intriga que recorre España, y que es la primera piedra de un ambicioso proyecto narrativo: un regreso a la novela filosófica sin renunciar al pulso vertiginoso.
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