Todo es susceptible de derrumbe. Más aún la vida conforme uno va sorteando las explosiones controladas de la edad. Después quedan los escombros, de los que nunca se acabaron por recuperar a tiempo los recuerdos importantes. Porque al fin y al cabo ningún recuerdo conserva tacto o voz con los que abrigar lo que quede de esperanza.
Bien sabe de todo esto un Fernando Vallejo que se encarga de conducirnos por ese periplo improvisado de los hechos consumados contra toda voluntad o previsión. Las cosas pasan y la fatalidad siempre llega. Quien sabe escribir puede darle ese barniz al alma resquebrajada, pese a que por dentro se contengan los mismo escombros…
En Escombros, libro que entronca directamente con una de las obras más emblemáticas y reconocidas del autor, El desbarrancadero, Fernando Vallejo narra la llegada de la noche del mundo, ese tiempo que va desde la agonía de su compañero, el escenógrafo mexicano David Antón —que coincide con el terremoto que asoló Ciudad de México en 2018— y su muerte, y el momento actual, marcado por una pandemia que mantiene en vilo a todo el planeta. La historia personal del autor, la pérdida de su compañero de vida de más de cincuenta años y su vuelta a Colombia sirven de metáfora de la actualidad, un mundo en destrucción en el que el narrador camina por una ciudad en la que ya solo puede ver fantasmas.
«Desde Cicerón, e incluyéndolo a él, los viejos no han logrado decir nada definitivo sobre la vejez. No logran contarla. Acaso porque hace parte de ella el cansancio. El verdadero viejo, digamos uno de cien, está tan cansado que lo único que quiere es descansar y no hacerle favores a nadie explicándole cosas. En Escombros no. El viejo maldiciente de este libro estará loco, pero lo que dice me deja maravillado. En todo tiene la razón. Le estoy muy agradecido por su escombrera, se me hace una suma de sabiduría, me disipa muchas incertidumbres, ya sé lo que me espera cuando envejezca, la recomiendo ampliamente».
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