La bibliografía de David Trueba ya se equipara a su filmografía. Y eso que en el cine ha estado tanto delante como detrás de las cámaras en muy distintas ocasiones.
Cuestión de saber hacer. Si este autor es capaz de llegar con sus historias en diversos formatos y desde muy diferentes prismas que alcanzan hasta el ensayo sociológico con su obra La tiranía sin tiranos.
Así que este anunciado cambio de registro realmente no sorprende tanto y se le esperaba en nuevos registros con su demostrada capacidad.
Sí es verdad que, como en tantas otras ocasiones, en este río que baja sucio, Trueba busca pronto mimetismos, guiños, formas de conexión con personajes muy reconocibles y escenarios visitados por todos. En este caso algo tan universal como la infancia. Tan exclusiva desde la perspectiva individual como tan similar en la generalidad de los casos.
Tom y Martin deambulan por la tierra de nadie de los 14 años, esa antesala de la madurez en la que las primeras experiencias asoman con intensidad. Días en los que cualquier chaval va haciendo funambulismo sobre la vida, sobre los viejos cuentos, en las crudas realidades que asoman y todo ello con la energía incontrolable del cambio hormonal.
Los dos amigos van a vivir esa experiencia disruptiva digamos que clásica en otras grandes obras como Sleepers o Mystic River. Solo que a la española, claro está. Y la natural asunción progresiva de ese lado amargo de la vida estalla sobre la conciencia de unos chavales a los que acompañamos en ese estallido.
Hábilmente, David Trueba añade un ritmo ágil. Una tensión que nace desde la propia búsqueda de la aventura de los chicos, en ese periodo, en esas edad en el que el paraíso de la infancia va perdiendo la gracia.
Y claro, aparece entonces el peligro, los escenarios indebidos, las malas elecciones en búsqueda de un riesgo sin protección alguna.
De eso se trata, de las malas elecciones cuando éstas se convierten en irreversibles. Cuando sabes que el futuro se cargará de culpa y de remordimientos de los personajes sobre ellos mismos cuando fueron niños en busca de algo distinto.
Danae es un personaje magnético para ambos, una chica que ejercerá el potente eco del reclamo. Y una vez que Tom y Martín se introduzcan en la vida de la chica, con su siniestro padre, las consecuencias serán impredecibles. La inocencia se puede perder de mil formas, en multitud de aspectos. Tom y Martín decidieron dar el paso a la madurez desde esa vaga sensación de infalibilidad de la inconsciencia.
Pocos años después de aquellas vacaciones de Semana Santa en el pueblo, la voz de uno de los dos amigos nos dará buena cuenta de todo lo que pasó. Nada que no pueda ocurrir cuando un adolescente se encuentra con el miedo como un desafío y se sumerge en él sin dudar ni un instante de que nada le puede pasar a él.
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