La verdad última del caso es que enganchar, esta historia de Joel Dicker engancha. Y eso que en ocasiones, durante la lectura de tan extensa novela, te preguntas si el conocer la investigación en torno al pretérito caso del asesinato de Nola Kellergan puede dar tanto de sí como para que no puedas dejar de leerla noche tras noche.
Una quinceañera murió en el verano de 1975, se trataba de una dulce niña enamorada de un escritor retirado en busca de inspiración con el que decidió fugarse de casa. Poco después de salir de casa con la intención de no regresar, fue asesinada en extrañas circunstancias. Esa joven tenía sus pequeños (o no tan pequeños) secretos ocultos que ahora se antojan de capital importancia para desvelar lo que pasó el 30 de agosto de 1975, la tarde en la que Nola abandonó la vida que late en Aurora, el pueblo de la trama.
Años después, con la investigación ya cerrada en falso sin culpable, pistas incontestables apuntan a Harry Quebert, su amante. El romántico amor prohibido que compartieron se hace público para indignación, sorpresa y repugnancia de unos y otros.
Harry Quebert en la actualidad ya es un escritor afamado por su gran obra: “Los orígenes del mal”, que publicó después de ese paréntesis de amor imposible, y se encuentra retirado en la misma casa de Aurora que ocupó durante ese verano extraño de retiro que se convirtió en un ancla que lo aferraría al pasado para siempre.
Mientras Harry es encarcelado en espera de la sentencia final por asesinato, su alumno Marcus Goldman, con el compartía una peculiar pero intensa amistad entre la admiración mutua y la conexión especial como escritores ambos, se instala en la casa para atar los cabos sueltos y conseguir la libertad de un inocente Harry, en el que confía con fe absoluta. En esa causa para liberar a su amigo encuentra la inspiración para emprender su nuevo libro tras un monumental atasco creativo, se dispone a poner negro sobre blanco toda la verdad sobre el caso Harry Quebert.
Mientras tanto, tú lector, ya estás dentro, eres Marcus al timón de esa investigación que une testimonios del pasado y del presente, y donde se empiezan a descubrir las lagunas en las que bucearon perdidos todos en su momento.
El secreto para que la novela te enganche es que de repente ves que tu corazón también late entre los habitantes de Aurora, con la misma zozobra que el resto de habitantes desconcertados por lo que va pasando. Si a eso le sumas los misteriosos flasback desde la actualidad hacia ese verano en el que todo cambió, así como los múltiples giros de la investigación, el hecho de que la historia te tenga en vilo cobra todo el sentido.
Por si fuera poco, bajo la investigación del caso, tras la mimetización obligada que sufres con el ambiente y los lugareños de Aurora, van salpicando algunos capítulos extraños aunque premonitorios, recuerdos compartidos entre Marcus y Harry cuando ambos eran alumno y profesor. Pequeños capítulos que enlazan con esa jugosa relación particular que hace relampagear ideas sobre la escritura, la vida, el éxito, el trabajo… y que anuncian el gran secreto, que trasciende al asesinato, al amor de Nola, a la vida en Aurora y se convierte en el truco final que te deja boquiabierto.
El único «pero» en cuanto a la trama (siempre me gusta poner alguno, puñetero de natural que es uno) es que el final, pudiendo ser potente en ocasiones parece diluirse, los giros se extienden y prolongan sin esa explosión que podría hacer la obra redonda.
Otro «pero» ya más externo a la obra en sí, va para la maquetación: Hace falta tener mucha cara para utilizar una ilustración de portada ajena y pedir perdón en los créditos por no haber encontrado al autor. Para una gran editorial esto suena ridículo.
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