Siempre resulta interesante participar de la mutación del poeta en escritor. Por aquello de la mezcla de lenguajes, del traspaso de recursos líricos hacia una prosa siempre necesita de imágenes y símbolos desde la belleza o exuberancia de la forma.
Algo similar ocurre con los cineastas pasados a la narrativa. Woody Allen no es el único caso en eso de adaptar a lo novelístico imaginarios más propios del guion. Al fin y al cabo, como en todo arte, los umbrales de cualquier expresión deben ser siempre difusos. No podía ser de otra forma en una novela que debe admitir desde un formato epistolar hasta la más desestructurada de las tramas.
En versión española tenemos a un gran representante de cineasta y escritor en Vicente Molina Foix. Ejerciendo como creativo en multitud de facetas desde los años 70, Molina Foix es un veterano de las artes escénicas, de las letras, de la crítica y del articulismo.
Como siempre en este espacio, tiraremos más hacia esas novelas que más agradaron a quien suscribe. Se podrá coincidir o no en los gustos. Pero siempre se disfrutará de grandes historias…
Top 3 novelas recomendadas de Vicente Molina Foix
El abrecartas
Nada más inspirador que lo cierto para acabar elucubrando sobre lo posible y trazando esas vías imaginarias que descubren ucronías próximas sobre lo que pudo haber sido. También sirve este recurso para plantear futuros o transcursos paralelos mucho más ambiciosos que enganchan desde la rabiosa humanidad de sus aclamados protagonistas. Una ambiciosa ilusión hecha fingida crónica histórica de primera magnitud.
Esta novela, galardonada con el Premio Nacional de Literatura en 2007, se inicia con las cartas que un amigo de infancia escribe en la segunda década del siglo XX a García Lorca, inspirador lejano de sus anhelos y sus sueños.
A partir de ese primer episodio de una correspondencia quizá nunca «correspondida», el lector seguirá el curso de esta espléndida novela-río subterránea que refleja los últimos cien años de la vida española y entrelaza la Historia con las historias privadas de un grupo de víctimas, supervivientes, vividores, muchachas «modernas» y «malditos».
Junto a ellos se dejan entrever personalidades relevantes como Lorca, Aleixandre, María Teresa León, Miguel Hernández, Eugenio d´Ors, entre otros, figuras «en la sombra» aunque muy reales de esta poderosa sinfonía coral, y en la que el autor aborda los entresijos de la mentira, el desamor, la traición, las aspiraciones colmadas, los desengaños, los exilios, las pasiones sexuales.
El joven sin alma
La tentación última de todo escritor de ficción es escribir sobre sí mismo. La memoria es ese filtro que torna los colores al albur de la necesidad, la imaginación o la nostalgia. Por eso un escritor puede tener la tentación que la mejor novela que podría escribir versaría sobre sí mismo.
Pero en esta ocasión, como en muchas otras, el escritor busca un alter ego o cede solo el nombre a su protagonista. En ambos extremos las ínfulas de inmortalidad como una licencia necesaria, ya que uno se pone a escribir y sufre o disfruta, según el caso, de la gloria solitaria del escritor.
El lector tiene en sus manos una prodigiosa novela de formación con una particularidad: su protagonista lleva el mismo nombre que el autor que la escribe. El joven sin alma culmina, tras El abrecartas y El invitado amargo (coescrita con Luis Cremades), lo que Vicente Molina Foix denomina sus «novelas documentales», y en ella, como en las dos anteriores, hay una meticulosa indagación en la voz narrativa y en la construcción del personaje protagonista a través de esa voz.
El libro es el relato de una triple educación, sentimental, sexual y cultural, y de la búsqueda de la propia identidad, con un retrato de fondo de la España y la Europa de las décadas de los cincuenta y sesenta (con algún eco del pasado traumático del país, como ese Doctor Desterrado que atiende a la madre enferma del protagonista).
Por sus páginas desfilan ciudades que serán fundamentales en esa triple educación: Elche, Madrid, Barcelona, París, Lisboa…, escenarios de las experiencias de infancia, adolescencia y juventud evocadas. Experiencias como los incipientes escarceos sexuales con la criada de la casa familiar en el cuarto de la plancha; el encuentro infantil con un Camilo José Cela que le firma un libro al jovencísimo aspirante a escritor, además de darle algunos consejos; las primeras lecturas y las que llegarán después combinando a surrealistas y marxistas, y la pasión por el cine.
Hay mucho cine en estas páginas Godard descubierto en París, Marnie la ladrona, Fritz Lang…, pero no solo películas, sino también salas en cuya oscuridad el protagonista vivirá algunas experiencias iniciáticas… Y a través del cine, de la revista Film Ideal, llegarán encuentros fundamentales: con Ramón que lo invita a Barcelona, le presenta a su hermana Ana María y lo inicia en el amor homosexual y con un círculo de jóvenes poetas: Pedro, Guillermo, Leopoldo…
Se forjará entre ellos una amistad ferviente, surgirán amores cruzados y no siempre consumados, y los unirá la ilusión de los creyentes en el más allá del arte. Formarán un grupo que, a su modo neurótico, desaforado y tan impertinente como ingenuo, tratará de vivir la novela romántica de un tiempo los últimos años de la década de 1960, unas creencias nuevas y una militancia en los diversos frentes en que entonces se luchaba.
Esta es la deslumbrante novela de una vida, de muchas búsquedas y descubrimientos literarios, cinematográficos, políticos, amorosos, sexuales…, de grandes entusiasmos y algunas decepciones. Una novela de aprendizaje, de cambio de valores y de paisajes, y también un libro sobre la intimidad que precede al acto de la ficción.
El invitado amargo
El invitado amargo empieza con el anuncio de la muerte del padre en una escena de cama de su hijo, y termina, al cabo de más de tres décadas, el mismo día del año y en la misma casa, donde la entrada de unos ladrones hace salir de una caja negra el pasado de dos amantes.
En el transcurso, no siempre lineal, de ese tiempo iniciado por el encuentro de un escritor de treinta y cinco años y un joven estudiante que escribe versos, el libro se despliega como una novela de la memoria, un recuento verídico tratado con los dispositivos de la ficción.
Pero también como un ensayo narrativo sobre las ilusiones y los resentimientos del amor, y como un doble autorretrato con paisaje, el de la España cambiante de los años 1980 y con figuras, una rica galería de personas reales, algunas sobradamente conocidas, tratadas como personajes o testigos de una tragicomedia de la felicidad, la infidelidad, las búsquedas personales y el anhelo de lo que pudo ser.
Luis Cremades y Vicente Molina Foix han escrito de un modo singular pero separadamente este libro sin precedentes. En la libertad mutua de rememorar por separado, en la importancia dada a lo que pusieron por escrito mientras se amaban y se traicionaban, los autores reencuentran el territorio común de la palabra para mirarse desde el presente tratando de recuperar con desnuda autenticidad, sin nostalgia, lo que esos espejos contuvieron en su día y han dejado como poso.
Y lo han hecho, como ellos mismos señalan irónicamente, siguiendo el patrón del «folletín» en el sentido original del término: cada capítulo, firmado en alternancia por ambos, se escribía sin previo acuerdo y le llegaba al otro manteniendo la intriga, como en las novelas del siglo XIX.
Con la diferencia de que en ese feuilleton en 64 capítulos los dos protagonistas-lectores sabían el final, pero no las sorpresas y revelaciones que su propia historia les podía deparar. En este libro, que no dejará indiferente a ningún lector, asistimos a la demostración de la probada maestría de Molina Foix y a la revelación narrativa de un poeta, largo tiempo en silencio.