Descubre los 3 mejores libros de Svetlana Alexievich

Si hace poco hablábamos de la escritora de orígenes rusos Ayn Rand, hoy abordamos la obra de otra emblemática autora de idénticos orígenes soviéticos, la bielorrusa Svetlana Alexievich, flamante premio nobel de literatura en 2015.

Y la traigo a este espacio conectándola con Rand porque ambas componen obras análogas en cuanto a su trascendencia más allá de la narrativa. Rand aportó su vis filosófica y Svetlana nos brinda una visión más sociológica en sus letras.

En sendos casos la cuestión es abordar lo humanístico como una esencia sobre la que desarrollar nudos de pensamiento o tramas como auténticas crónicas que desde el realismo, cuando no la plena realidad, buscan ese asalto a la conciencia.

Svetlana Alexievich ha hecho de su bibliografía un intenso escaparate sociológico en el que también tiene cabida el ensayo, si no es que todo lo investigado con tintes periodísticos no acaba siendo matizado en su caso por ese complemento ensayístico hacia la meditación del lector.

De cualquier forma, Alexievich es un referente indispensable para completar una visión general sobre el panorama de los países que conformaron la Unión Soviética, sobre sus raíces en un siglo XX más duró aún si cabe por aquellos lares y que acabó forjando un imaginario común en la diversidad de tantos nuevos pueblos nacientes.

Top 3 libros recomendados de Svetlana Alexievich

Voces de Chernobil

Quien suscribe tenía 10 años el 26 de abril de 1986.  La aciaga fecha en la que el mundo se asomaba al desastre nuclear más cierto. Y lo curioso es que no había sido una bomba de las que amenazaban con consumir el mundo en una Guerra Fría que seguía amenazando después de la Segunda Guerra Mundial.

Desde ese día Chernóbil se incorporó al diccionario de lo siniestro y aún hoy, acercarte por medio de reportajes o vídeos que circulan por internet sobre la gran zona de exclusión resulta espeluznante. Se trata de 30 kilómetros de zona muerta. Aunque la determinación de “muerta” no podía ser más paradójica. La vida sin paliativos ha ido ocupando los espacios antes ocupados por los humanos. En los más de 30 años desde el desastre, la vegetación ha ganado la partida al cemento y la fauna local se sabe en el espacio más seguro jamás conocido.

Claro está que la exposición a la radiación todavía latente no puede ser segura para la vida, pero la inconsciencia animal es aquí una ventaja frente a la mayor posibilidad de muerte. Lo peor de aquellos días siguientes al desastre fue sin duda el ocultismo. La Ucrania soviética nunca ofreció una visión completa del desastre. Y entre la población que habitaba en el entorno se extendió una sensación de abandono que bien se ocupa de reflejar la actual serie de HBO sobre el suceso. Ante el gran tirón de la serie, nunca está de más recuperar un buen libro que complemente esa revisión de semejante siniestro de carácter mundial. Y este libro es uno de esos casos en los que la realidad se ubica a años luz de la ficción. Porque los relatos de los entrevistados, hechos testimonios de unos días que parecen suspendidos en el limbo del surrealismo que en ocasiones cubre nuestra existencia, componen ese mágico todo.

Lo que ocurrió en Chernóbil es lo que estas voces cuentan. El incidente se debería a la razón que fuera, pero la verdad es el acopio de las consecuencias narradas por los personajes de este libro, y por tantos otros que ya no pueden tener voz. Inquieta la ingenuidad con la que se afrontaron los hechos por parte de unos habitantes confiados en versiones oficiales. Fascina el descubrimiento de la verdad y aterroriza las consecuencias que tuvo ese submundo de núcleos concentrados que explotó para cambiar la faz de ese territorio por décadas venideras. Un libro en el que descubrimos los trágicos destinos de unos habitantes engañados y expuestos a la enfermedad y la muerte.

Voces de Chernóbil

El fin del Homo Soviéticus

El comunismo o la más grande paradoja de la razón humana. El proyecto hacia la solidaridad entre clases y la justicia social resultó ser un absoluto desastre.

El problema residió en creer que el ser humano era capaz de materializar lo que las grandes bondades del comunismo anunciaban como la panacea social. Porque se obvió el componente destructivo del poder en pocas manos y de manera permanente. Al final se trató de, como podemos descubrir en este libro, un comunismo de laboratorio, una alienación fabricada que Aleksievich desnuda desde la transcripción de entrevistas a los habitantes de ese horror hecho sistema.

Intrahistorias que son pasado, sin duda, pero centenares de testimonios vivos aún de una época atroz. Algunos intentos de suavizar el asunto, como la propia perestroika de Gorbachov, tampoco consiguieron aliviar el efecto de un sistema con el mal endémico del autoritarismo haciéndose incompatible con el desarrollo. El fin de ese Homo Soviéticus fue esa chispa evolutiva despertada desde la inercia de un asedio mundial al sistema de la perdición.

El fin del Homo Soviéticus

La guerra no tiene rostro de mujer

Quizás el único aspecto en el que el comunismo practicó esa igualdad fue precisamente en su aspecto más siniestro, lo bélico. Porque en este libro encontramos las referencias a mujeres enfrascadas en los mismos frentes que los hombres que poblaban el Ejercito Rojo.

Y quizás todos aquellos, hombres y mujeres, fueran los que menos motivos tenían para ir a la guerra. Porque después de Hitler en el horizonte, estaba Stalin en la retaguardia. Enemigos de la humanidad a uno y otro lado. Pocas o nulas esperanzas de resultados positivos en caso de victoria. Y aquellas mujeres que hacían sus oscuras labores militares quizás no fueran conscientes todavía de la cruda paradoja de su caso.

Porque el sistema vendería una vez más la idea de la defensa de la patria, ensalzaría los valores soviéticos de igualdad y la necesaria defensa del status conseguido. La Segunda Guerra Mundial era para los soviéticos un extraño campo de batalla con enemigos reales y fantasmas siniestros que oscurecían toda esperanza.

Un escenario apocalíptico salpicado de violencia de todo tipo, desesperanza y terror. Nuevos testimonios recuperados por la autora para constatar, desde una primera arranque de visión femenina, el desastre de los desastres, la peor de las guerras extendido por un campo de batalla extenso llamado URSS. Y pese a todo, Alexiévich extrae esa necesaria humanidad de la suma de crónicas y despierta la atávica sensación de que las almas más grandes aparecen entre todo tipo de miserias y crudezas.

La guerra no tiene rostro de mujer
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