Hay quienes, como Sergio Pitol, son escritores en esa otra vida alternativa que transcurre mientras el destino sobreviene. Si tuviéramos más vidas cada cual sería una cosa distinta en las nuevas salida a escena, pero el tiempo es el que es y Sergio Pitol ya fue suficientes cosas como para circunscribirlo únicamente a su faceta de escritor.
Aún así o precisamente gracias a su alternancia, Pitol escribió algunas de las mejores obras de la narrativa mexicana con su Trilogía de la memoria en lo más alto de su producción literaria. Algo así como la obra vital de aquel Proust enfrascado en su heptalogía.
También hay que señalar en esa definición del escritor que precisamente no fue su vida un camino de rosas. Así es como se demuestra que la adversidad cuando no destruye conforma al espíritu irreductible, al ser humano sobreviviente sobre todo así mismo, al alma inquieta y hambrienta…
Así, en lo estrictamente narrativo disfrutamos con el Pitol que entreteje lo propio y lo ajeno en ese escenario donde escritor es protagonista para aportar lucidez, pasión y respuestas a su manera para todos los interrogantes sobre la existencia.
Top 3 libros recomendados de Sergio Pitol
El arte de la fuga
Primera parte de la trilogía. Pretender hacer de lo biográfico una obra literaria es considerar que de la franqueza más absoluta depende la verosimilitud de la trama que compone la vida misma. Presentarse como el Ecce Homo descarnado y despojado de cualquier atavío que oculte la verdad se hace fundamental. Eso sí, nada mejor que entregarse al caos de lo vivido para que todo tenga sentido…
Los manuales de música clásicos definían la Fuga como una «composición a varias voces, escrita en contrapunto, cuyos elementos esenciales son la variación y el canon», lo que hoy día se podría interpretar libremente como la posibilidad de una forma mecida entre la aventura y el orden, el instinto y la matemática, la liturgia y el bataclán. El personaje central de este libro -suponemos que el propio autor-, una criatura tan indefensa como los más indefensos personajes dickensianos, pero a diferencia de ellos acorazado como un guerrero cuyas armas fueran el estupor y la parodia, se fuga de una celda para encontrarse prisionero en otra que podría ser el paraíso, aunque él se encargará de convertir ese Edén en un sitio irrisorio pero a la vez entrañable.
El arte de la fuga se convierte en un galope acelerado que en su trayecto confunde regocijadamente todas las instancias, remueve las fronteras, niega los géneros. Uno cree internarse en un ensayo para de pronto encontrarse en un relato, que se mutará en la crónica de una vida, el testimonio de un viajero, de un lector hedonista y refinado, de un niño deslumbrado por la inmensa variedad del mundo. Si «todo está en todo», como se afirma a menudo en estas páginas, la fuga se vuelve también un irónico paseo por los vasos comunicantes que transforman lo unitario en lo diverso y las periferias en el centro.
El elenco cultural es amplísimo, como también la geografía. No hay cronologías que valgan: todo está en todo, desde la infancia veracruzana del autor hasta el testimonio de su viaje a Chiapas, después de la insurrección zapatista, pasando por su larga y feliz estancia en Barcelona. «Uno», dice Pitol, «me aventuro a creer, es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas». Señala Carlos Monsiváis: «En El arte de la fuga, la suma que es Sergio Pitol se añade a nuestras experiencias de lectura más fluidas y estimulantes.»
El mago de Viena
Un cierre de la trilogía de la memoria apoteósico en su caos armónico, en el equilibrio descompensado de vivencias, recuerdos y páginas de la vida asaltadas con el desorden más cierto hacia la esencia y la comprensión de todo.
Sergio Pitol ha escrito libros iluminadores, eso se sabe; son un testimonio del caos, de sus rituales, su limo, sus grandezas, abyecciones, horrores, excesos y formas de liberación. Son también la crónica de un mundo rocambolesco y lúdico, delirante y macabro. Son nuestro Esperpento. Cultura y Sociedad son sus grandes dominios. La inteligencia, el humor y la cólera han sido sus grandes consejeras.
En algunas páginas autobiográficas Pitol deja entrever la intensa relación que ha vivido con su escritura, el descubrimiento de una Forma, su ars poética, una creación que oscila entre la aventura y el orden, el instinto y la matemática. Su relación con la literatura ha sido visceral, excesiva y aun salvaje: Uno, me aventuro a decir, es los libros que ha leído, la pintura que ha conocido, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas.
El arte de la fuga fue un parteaguas en su obra. Allí Pitol confunde hedónicamente todas las instancias académicas, remueve fronteras, trastorna los géneros. Un ensayo se desliza sin sentirlo a un relato, a una crónica de viajes y pasiones, al testimonio de un niño deslumbrado por la inmensa variedad del mundo.
El mago de Viena es más radical: un salto del orden a la asimetría, un roce constante de temas y géneros literarios, para potenciar la memoria, la escritura, los autores predilectos, los viajes y descubrir, como lo deseaban los alquimistas, que todo estuviera en todo. Sergio Pitol es, sin duda, una de esas figuras mayores que aparecen de vez en cuando, casi milagrosamente, en la literatura mexicana.
El desfile del amor
Una novela donde la madurez se deja llevar por la irreverencia de la juventud, donde el esperpento se reinventa en otros lares allende el Atlántico. Una historia que desconcierta con humor e inteligencia.
México, 1942: este país acaba de declarar la guerra a Alemania, y su capital se ha visto invadida recientemente por la más insólita y colorida fauna: comunistas alemanes, republicanos españoles, Trotski y sus discípulos, Mimí sombrerera de señoras, reyes balcánicos, agentes de los más variados servicios secretos, opulentos financieros judíos.
Mucho tiempo después, tras el hallazgo casual de unos documentos, un historiador interesado en tan apasionante contexto intenta esclarecer un confuso asesinato perpetrado entonces, cuando él tenía diez años, y la narración –que atraviesa los polos excéntricos de la sociedad mexicana, los medios de la alta política, la intelligentzia instalada, así como sus más extravagantes derivaciones– permite a Sergio Pitol no sólo pintar una rica y variada galería de personajes, sino también reflexionar sobre la imposibilidad de alcanzar la verdad.
Como en una comedia de Tirso de Molina, nadie sabe a ciencia cierta quién es quién, las confusiones se suceden sin cesar y el resultado es este regocijante desfile, que por algo lleva el nombre de una de las más famosas comedias de Lubitsch.
La primera edición fue saludada así por la crítica: «Juego permanente de magia en manos de un mago desconocido que realiza verdaderos milagros con la única finalidad, en el trasfondo del espectáculo, de demostrar al público la falsedad de toda evidencia. O, lo que viene a ser lo mismo, reflexión acerca del único axioma: la verdad absoluta es un valor en el que sólo pueden creer los ilusos cazadores de mariposas sin red»