El don muy marcado en ocasiones parece necesitar un equilibrio compensatorio. Marcel Proust tenÃa mucho de creador innato, pero en contraposición creció como un niño de salud delicada. O tal vez todo fuera causa de un mismo plan. Desde la debilidad se adquiere una sensibilidad especial, una impresión al filo de la vida, una oportunidad sin igual para enfocar el don creador hacia los dilemas de la existencia.
Porque desde la debilidad solo puede nacer la rebeldÃa, el ansia de comunicar el descontento y el pesimismo. Literatura, cuna de almas abocadas a la tragedia, sublimación de los perdedores e inequÃvoco reflejo de lo que verdaderamente somos. En plena transición entre los siglos XIX y XX, Proust supo como nadie relatar la sÃntesis de vivir, entregándose a las pulsiones de su juventud para recogerse en sà mismo alcanzada la madurez.
Los amantes de Proust obtienen en su gran obra cumbre «En busca del tiempo perdido» un placer literario exquisito, y algunos volúmenes facilitan el acercamiento a esa maravillosa biblioteca existencial en formatos de estuche:
Por otro lado, la mayor dificultad de escribir ficción en tono existencialista estriba en una posible deriva auténticamente filosófica. Para soslayar esta fuerza centrÃpeta que conduce al escritor hacia los pozos del pensamiento y que estanca personajes y escenarios, se necesita un punto de vitalismo, un aporte de fantasÃa o de acción dinamizadora (el pensamiento, la meditación también pueden ser acción, en la medida en que muevan al lector entre sensaciones, entre percepciones en una cronologÃa nunca estática). Solo en ese equilibrio pudo crear Proust su gran obra En busca del tiempo perdido, ese conjunto de novelas hilvanadas por dos hilos, la delicadeza o la fragilidad y la sensación de pérdida, de tragedia.
Fallecido finalmente a los 49 años, es probable que su misión en este mundo, si es que este mundo tiene una misión o destino, quedará francamente bien cerrada. Su obra es cumbre de la literatura.
Top novelas de Marcel Proust
Por el camino de Swann
En un volumen literario, algo que no siempre ocurre por ejemplo en un disco, la primera composición debe ser de las mejores del conjunto.
Eso es lo que ocurre con esta primera novela que abre la grandiosa recopilación En busca del tiempo perdido. Lo mágico de esta primera novela es su capacidad para introducirnos en lo autobiográfico consiguiendo que lo leamos y sintamos como propio.
Detalles triviales que nos conducen a experiencias propias desde las que sumergirnos en la perspectiva del autor, en sus vivencias y nuestras vivencias, en sus amores y desamores pero también los nuestros. En las frustraciones de las limitaciones y nuestra propia sensación de derrota ante circunstancias propias.
Proust nos hace suyo, y aprendemos por Proust la humanidad esencial que solemos enmascarar en lo cotidiano. El primer amor, la fugaz felicidad como un simple destello quÃmico.
A la sombra de las muchachas en flor
Puestos a tratar sobre el amor, sobre su quÃmica productora de la única felicidad completa en su irrealidad, nada mejor que adentrarnos en esta segunda novela del conjunto En busca del tiempo perdido.
Cierto es que la sombra del amor pudo ser una sensación más marcada en los tiempos de juventud de Proust, donde el cortejo (¿qué es eso? Dirán los jóvenes de hoy) aportaba un punto entre romántico y ansioso, entre febril y esperanzado, siempre erótico a punto de implosión.
Y de eso, de la esperanza del amor emocional y fÃsico, en ocasiones nacen y se desencadenan desamor y desencanto, olvido y traición. El amor no materializado o extinguido eleva al alma humana a la gloria de su existencia o a los infiernos más profusos de creación.
El arte bebe del amor…, pero el tiempo pasa, acumulándose en ese saco de lo perdido que, al fin y al cabo, sustenta esta gran composición de novelas.
El tiempo recobrado
Es de justicia acabar este particular ranking con el mismo cierre del conjunto En busca del tiempo perdido. Porque esta última novela lo hilvana todo, como un maravilloso destino que un escritor ha sabido trazar como un Dios. Pero, como no podÃa ser de otra forma, el final es decadente y trágico.
Marcel hace presente a todo aquellos personajes que lo acompañan en la composición literaria. Una paradoja sobre el propio tÃtulo. El tiempo recobrado realmente solo puede entenderse como el descubrimiento de todo el truco de la existencia. Ya no hay belleza ni pulsiones, la vejez se ha apoderado de todo, la enfermedad acecha.
Y sin embargo, como apuntó alguien, la melancolÃa es la alegrÃa de estar triste. Lo melancólico nos atrapa precisamente por eso, lo que ya no puede ser adquiere mayor belleza de la que realmente pudo haber tenido.
La decadencia lo es porque se sobreentiende un brillo anterior. La proximidad al final de la vida saca brillo a los recuerdos y acabamos descubriendo lo irreales que somos, siempre más tendentes a vivir en pasados y fantasÃas que en un presente de momentos jamás capturable en su paso inexorable.