Pared con pared. De Netflix para Aitana, la nueva Marisol

Una peli de Netflix que va de que Valentina (Aitana) es muy molona. Y su vecino, un gafillas agorafóbico con ínfulas de inventor, la ronda en busca de suerte, después de un desconcertante encuentro que los ubica en las antípodas del erotismo. Porque como Alaska, también Aitana puede enamorarse de un zombie o más bien de un fantasma que habita entre las paredes de su nuevo loft.

Al menos hasta que Valentina descubre que lo del espectro es solo un defecto de insonorización entre apartamentos. Lo que ocurre es que el vecino de al lado (ríete tú del Norman Bates de Psicosis) sabe que puede darle unos buenos sustos a la nueva inquilina.

Sin duda un defecto estructural puede truncar la relación en ciernes de los potenciales amantes. Una relación que todos sabemos reconocer de inmediato porque estereotipa más que el ajo. La bella y la bestia, la pianista y el friki si lo trasladamos a esta versión urban. Y eso no podía ser. La relación no podía morir antes de apuntar siquiera a un candoroso romance. Y lo que es peor, antes incluso de que caten chicha entre ellos.

Pero ya sabemos que, como decíamos en mi pueblo «los que de pequeños se pelean, de mayores se morrean». Y conforme la relación entre vecinos mal avenidos y peor insonorizados podría enconarse, algo se les mueve dentro. Desde el odio psicopático típico de toda vecindad random, hasta llegar al polo opuesto del amor.

Qué más da un poco de piano de buena mañana, o unos martillazos en la siesta. Lo importante es sintonizar con los vecinos. Más aún si esas vecinas están tan buenorras como Valentina. En casos así uno se traga sus inconvenientes, en espera de que algún día la moza pase a por azúcar guiñándote un ojo…

La cosa (por lo que me enteré antes de dormirme) es que Valentina sigue emperrada en ser pianista pese a que el mundo conspira contra ella. En su duro camino hacia el éxito, se saca unos euretes de camarera. Algo con lo que sufragar su apartamento de 4.000 euros en el centro de Madrid.

Y sí, puede que Valentina consiga su sueño, tirando de contactos de su ex o simplemente dejándose llevar por su impronta creativa y por los consejos de su vecino (un vecino que tan pronto te arregla un reloj como que te diserta sobre los motivos creativos de Beethoven), porque la chica tiene arte y carisma juvenil (no sé como no le da por pensar en ser actriz y deja de aporrear el piano).

En estas que tú como espectador descubres que ya no podrás vivir sin saber cómo va a acabar tan dramático asunto. Por Dios, ¿Quién se quedará con la licencia de hacer ruido por las mañanas y quién con las tardes? ¿Conseguirá Valentina dedicarse al piano? ¿Podrá pagar el primer mes de alquiler con su sueldo de camarera a media jornada? ¿Conseguirá el gafillas untar el churro?

Muchos interrogantes. Pero al final es una peli de la que también se aprende. Ya todos sabemos que Beethoven tenía sus traumas. Y que la caída del muro de Berlín fue una minucia al lado del derrumbe de paredes entre estos dos nuevos amantes mitológicos de nuestra era. Porque martillo en mano el gafillas consigue finalmente llegar al apartamento de Valentina. Y como ella nunca pasó a por azúcar, tendrá que ser él quien le pida algo de sal, que se les pasa el arroz.

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