Mi reno de peluche. Misery versión actual, en Netflix

Cómo se pasaba la tipa aquella que cuidaba en su casa al escritor accidentado. Me refiero a la enfermera de Misery, la novela de Stephen King. La más que posible relación tortuosa del ídolo y el admirador o admiradora, cuando acaban conociéndose en mayor profundidad. El extraño momento en el que las filias pasan a ser fobias, y la admiración acaba por convertirse en odio cerval en mitad del bosque.

Pues algo así es lo que evoca esta serie. Aunque para más INRI, se indica que la trama se basa en hechos reales. Que eso siempre está muy bien cuando se va a contar una historia siniestra. El espectador deja de pensar entonces: «Qué bien, voy a ver a alguien pasar las de Caín», para pasar a plantearse con especial gusto: «Qué bien, voy a ver cómo alguien las pasó putas de verdad».

Y sí, el prota las pasa putas. En cuanto a la prota ni las pasa ni las deja de pasar. Ella está de vuelta de todo, como Misery. Una mujer que ni siente ni padece y que su único fin en la vida es la recién estrenada obsesión por el buen samaritano. Ese que le ofrece la mano y del que piensa devorar su brazo, pero también su hígado en crudo.

Porque sin duda su nuevo amigo quiere algo con ella. En su imaginación no cabe otra opción. Si no, ¿para qué la iba a ser la primera persona del mundo en ayudarla? La cuestión, amiga Martha, es ofrecer tu lado más amable (le debe decir su voz interior) y mentir atropelladamente. Replantearte la existencia en una nueva ficción que sobrevuele muy por encima de tus traumas, carencias y fracasos.

Seamos sinceros. Dando lástima casi ningún camarero suele subvencionar un trago. Lo hacen más a cambio de un escote con abismos. Salvo que esa lástima se sepa transmitir con arte. Algo así como un hondo pesar que apenas puedes arrastrar a cada paso, conforme vas hacia la barra. Pero no nos pongamos dramáticos… No tan pronto, al menos.

Porque lo que Martha mejor sabe hacer es reír a carcajadas, como las locas. Ideal para un humorista fracasado como Donny, el camarero que le pone las coca colas gratis a cambio de que ría sus chistes. Todo muy amable, hasta naif, como si el mundo pudiera ser un lugar donde al final cada cual pudiera buscar su felicidad sin mayores contratiempos.

Aún apreciando las risas a sus chistes, seguramente Donny se arrepintió a cada momento de ir dándole cancha a Misery, digo a Martha. Ligeros cumplidos a su vista, mensajes de ánimo que, por el rubor de Martha bien podía imaginar Donny que le estaban llegando demasiado lejos. Así que claro, conforme va pasando el tiempo convivido (él parapetado tras la barra, y ella esperándolo al otro lado), el asunto se complica más y más. Hasta el punto de llegar a dibujársenos un thriller como decirlo… ¿emocional, quizás?

Nos da pena, pero Martha se está viniendo arriba. Y la hostia final puede ser lo peor. Nos da pena también Donny. ¿Por qué no le pararía los pies antes? Qué necesidad de decirle que si a un puto picnic juntos. La relación apuntó al drama desde ese momento. Decirle que no a una persona que te da lástima, cuando ya se ha hecho la mayor de las ilusiones, conlleva muchas claudicaciones.

Y Martha no es tonta. Sabe jugar sus cartas para conseguir que su obsesión con Donny ocupe cada uno de sus segundos de vida. Los de ella y los de él. Han nacido para compartir su amor. Son almas gemelas. Podrían hasta morir juntos si se tercia… Mientras tanto Martha está dispuesta a entregar su flor a Donny. Y eso la pone muy caliente…

El supuesto iPhone de Martha no para. Mensajes y mensajes subidísimos de tono para Donny cuando no está con él. Es un desenfreno constante de mensajes para su inesperado follaamigo o amigovio, ya sea que él tienda más a lo primero o a lo segundo. La obsesión ya se ha desatado y no habrá Dios que le ponga freno.

Conforme mayor sea la obsesión de Martha más pena sentirá Donny. Porque sabe que ella ha construido una ficción enorme, como un faro de luz sobre las aguas oscuras de su alma. Y si él apaga el faro se avecina el estrepitoso encallado de un trasatlántico llamado Martha.

El asunto es tan delirante que nos conduce entre estados bipolares desde la lástima hasta la risa. Porque sí, entendemos que la pobre Martha es una tragedia andante. Pero sus salidas de tono son de esa comicidad ácida. Al igual que también es cómica la desventura de Donny, con ese magnetismo hacia la perdición de este tipo de personajes. Se podría decir que estamos entre el esperpento de Valle Inclán y lo grotesco de cualquier película de humor simplón con la que desternillarte de la risa.

Y lo peor de todo es que la realidad superó a la ficción en este caso por goleada. No hay que olvidar que el papel de Donny es interpretado por Richard Gadd para traernos una semblanza de experiencias reales de este mismo actor. Las vivencias recreadas aquí nos desbordan en cifras… Decenas de miles de correos, horas y horas de mensajes de voz de whatsapp. Entre muchos otros detalles de un acoso que jamás se podría llegar a representar en ficción, por más que esta serie durara años…

Valorar post

Deja un comentario

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.