3 mejores libros de Juan Pablo Villalobos

El ingenio creativo se demuestra en mayor medida en la integración, en la capacidad para fundir una trama en un crisol con el máximo de recursos hacia el mayor número de emociones. Y en eso Juan Pablo Villalobos lleva ventaja a muchos otros narradores contemporáneos.

Porque este escritor mexicano tira en cada ocasión de diferentes herramientas sin despreciar ninguna, desde el humor hasta la tensión del suspense, pasando por una carga psicológica de sus personajes particularmente mimada y una acción que deviene sorprendente desde lo extraño. Todo ello con el engranaje apropiado para situar siempre al lector en el huracán de sus ideas e intenciones agolpadas sobre nuestra consciencia.

Sí, en ocasiones escribir novelas es otra cosa. Porque conocidas las estructuras habituales y exploradas las posibilidades a merced de ese genio incontestable, quedan expeditos nuevos caminos por donde hacer transitar a lectores encandilados por los nuevos senderos a patear…

Top 3 novelas recomendadas de Juan Pablo Villalobos

Peluquería y letras

Las grandes historias desprecian el humor. No hay cabida para la risa en el gesto inmortal del héroe. Parecido suele ocurrir en lo romántico o en cualquier otro género. Gracias a Dios, en algún momento el absurdo se ocupó de descargar ese espíritu imperturbable de los héroes o de los enamorados para ofrecernos referentes más de andar por casa. Porque a estas alturas ya todos sabemos que un héroe es aquel que hace lo que puede, más aún en la titánica misión de perseguir la felicidad.

Esta podría ser una novela picaresca, aunque, según las recepcionistas de la clínica de gastroenterología donde al protagonista le practican una colonoscopia, bien podría ser una novela negra, con misterios intrincados, accidentes macabros, pruebas incriminatorias y dos sospechosos nada comunes: una peluquera bretona de pasado oscuro y un vigilante de supermercado obsesionado con escribir el testimonio de sus experiencias en la vida. Lo peor es que el protagonista ni se lo imagina, porque está demasiado preocupado por las consecuencias de la felicidad, ese sopor embriagador tan agradable que le hace temer haber caído en la trampa del aburguesamiento.

Suele repetirse que no hay literatura después de un final feliz, que la «buena literatura» no es una literatura feliz. La felicidad es banal, superficial, frívola, carece de conflictos. Y sin conflicto, se dice, no hay literatura. ¿Será de verdad imposible escribir una novela feliz sobre la felicidad? ¿Una novela profunda y al mismo tiempo frívola, trascendental y banal, un relato gozoso que no sea pura evasión egoísta? El protagonista de esta historia no está seguro e intenta descubrirlo con la ayuda de su familia; en cuanto al autor de estas páginas, sospechamos que necesita creer que sí.

Fiesta En La Madriguera

El escritor de cuna que además dispone de voluntad y autoexigencia acaba pariendo a la primera una gran novela, sorprendiendo a propios y extraños, manteniendo ante los focos esa sonrisa velada de autosuficiencia. Una sonrisa sustentada en la seguridad de que puede volver a hacerlo, pues ya es alquimista con método claro de las letras.

A Tochtli le gustan los sombreros, los diccionarios, los samuráis, las guillotinas y los franceses. Pero Tochtli es un niño y ahora lo que quiere es un nuevo animal para su zoológico privado: un hipopótamo enano de Liberia. Su padre, Yolcaut, un narcotraficante en la cúspide del poder, está dispuesto a cumplir todos sus caprichos. No importa que se trate de un animal exótico en peligro de extinción. Porque Yolcaut siempre puede.

Tochtli vive en un palacio. Una madriguera recubierta de oro en la que convive con trece o quizá catorce personas: matones, meretrices, dealers, sirvientes y algún político corrupto. Y además está Mazatzin, su profesor particular, para quien el mundo es un lugar lleno de injusticias donde los imperialistas tienen la culpa de todo.

Fiesta en la madriguera es la crónica de un viaje delirante para cumplir un capricho. Cabezas cortadas, ríos de sangre, restos humanos, montañas de cadáveres. La madriguera está en México y ya se sabe: México a veces es un país magnífico y a veces es un país nefasto. Las cosas son así. La vida, al fin y al cabo, es un juego y una fiesta.

Fiesta En La Madriguera

No voy a pedirle a nadie que me crea

Al final del esperpento vivido puede que te plantees esa suerte de explicación para no pedir a nadie que te crea tras la necesidad imperiosa de contarlo. Pero es que los protagonistas de Villalobos siempre precisan de las explicaciones pertinentes que dan cauce a entender el argumento último de la vida…

Todo empieza con un primo que ya de chico apuntaba maneras de estafador, y que ahora mete al protagonista un mexicano que viaja a Barcelona acompañado de su novia para estudiar literatura, y que además se llama como el autor de la novela en un lío monumental: un «negocio de alto nivel» que convierte su estancia en la ciudad en una especie de novela negra de humor también negro, una de esas que a él le gustaría escribir.

Por estas páginas desfila una variopinta fauna de personajes impagables: mafiosos peligrosísimos el licenciado, el Chucky, el chino; una novia que se llama Valentina y que lee Los detectives salvajes y está al borde de la indigencia y no se entera de nada; una chica llamada Laia cuyo padre es un político corrupto de un partido nacionalista de derechas; un okupa italiano que se ha quedado sin perro; un pakistaní que simula vender cerveza para no levantar sospechas… Y para complicarlo todo un poco más aparece una segunda Laia, que es mossa desquadra y pelirroja; una perra que se llama Viridiana; una niña que recita versos de Alejandra Pizarnik y hasta la propia madre del protagonista, melodramática, orgullosa y chantajista como en una buena telenovela mexicana.

No voy a pedirle a nadie que me crea

Otras novelas recomendadas de Juan Pablo Villalobos

Te vendo un perro

En un ruinoso edificio de la ciudad de México, un grupo de ancianos pasa los días entre rencillas vecinales y tertulias literarias. Teo, el narrador y protagonista de esta historia, tiene setenta y ocho años y un apego enfermizo a la Teoría estética de Adorno, con la que resuelve todo tipo de problemas domésticos.

Taquero jubilado, pintor frustrado con pedigrí, sus mayores preocupaciones son llevar la cuenta de las copas que toma al día para extender al máximo sus menguantes ahorros, escribir en un cuaderno algo que no es una novela y calcular las posibilidades que tiene de llevarse a la cama a Francesca –presidenta de la asamblea de vecinos– o a Juliette –verdulera revolucionaria–, con las que constituye un triángulo sexual de la tercera edad que «le habría erizado la barba al mismísimo Freud».

La vida rutinaria del edificio se rompe con la irrupción de la juventud, encarnada en Willem –mormón de Utah–, Mao –maoísta clandestino– y Dorotea –la dulce heroína cervantina, nieta de Juliette–, en un crescendo de absurdos que arriba a un clímax para mojarse los pantalones. Concebida bajo el dictado de Adorno, que afirma que «el arte avanzado escribe la comedia de lo trágico», entrelazando fragmentos del pasado y del presente, esta novela recorre el arte y la política del México de los últimos ochenta años, marcados en la historia familiar por la sucesión de perros de la madre del protagonista, en un intento por reivindicar a los olvidados, los malditos, los marginales, los desaparecidos y los perros callejeros.

Te vendo un perro
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