Algunos escritores de novela negra se han convertido en los últimos faros en un océano plagado de thrillers de lo criminal en plena borrachera de investigaciones científicas o de asesinos en serie de marca blanca. Novelas como churros más efectistas de cara a un lector de fácil susto que a ofrecer un visionado de las almas humanas más siniestras con interés antropológico incluso.
Jean Christophe Grangé pertenece a ese selecto grupo que dignifica el género negro como algo más que puro entretenimiento morboso. Una pléyade de autores actuales donde estarían también Víctor del Árbol, Pierre Lemaitre o Markaris (curiosamente todos europeos…). Cada uno de estos, cada cual con su querencia argumental más tendente a lo policial, a lo psicológico o a lo sociológico, hacen del noir un espacio de lectura con claros reflejos en el claroscuro espejo del mundo.
Y aunque Grangé no sea el más pródigo creador de historias, nos va presentando, cuando entra en vena creativa, tramas jugosas hasta lo pantagruélico. Porque de vez en cuando apetece sucumbir a un suculento menú en la mesa de criminales capaces de acercársete en plena sobremesa a contarte sus motivos para matar e invitarte a desvelar sus secretos.
Alegorías aparte, las ficciones de Grangé pueden ser más o menos cruentas. La cuestión es conformarlo todo como una historia extrañamente empática hacia el criminal. Porque divisar al asesino haciendo sus fechorías sin acercarse a sus motivos, y esperando que el laboratorio de turno dictamine culpas y modus operandis, va perdiendo ya su gracia…
Top 3 novelas recomendadas de Jean Christophe Grangé
Muerte en el Tercer Reich
Empezamos con un thriller histórico. Y pese a que el escenario nos suena manido, la forma de abordar la trama no tiene nada de recurrente… El nazismo es hoy el paradigma de la peor de las locuras humanas. Pero más allá del mundo cernido en sus sombras, hay personajes que saben moverse como oscuros camaleones capaces de las mutaciones más espeluznantes.
Berlín, vísperas de la Segunda Guerra Mundial. Las despreocupadas esposas de los altos mandatarios del régimen nazi se reúnen para beber champán en el Hotel Adlon. Cuando empiecen a aparecer asesinadas de forma macabra a orillas del río Spree o cerca de los lagos, la policía pondrá el caso en manos de tres individuos singulares: Franz Beewen, un policía brutal y despiadado de la Gestapo; Mina von Hassel, una psiquiatra prestigiosa, y Simon Kraus, el psicoanalista que trataba a las víctimas.
Con todo en su contra, este grupo deberá seguir los pasos del Monstruo y destaparán una verdad insospechada. Porque, a menudo, el mal se esconde tras la más inesperada de las fachadas.
El pasajero
«No soy un asesino.» Es la nota manuscrita que ha encontrado Anaïs Chatelet en su despacho de la policía judicial de Burdeos. Ahora nada cuadra en la investigación. Unos días antes, en la estación de tren, había aparecido el cadáver desnudo de un joven con la cabeza de un toro incrustada. Una macabra recreación del Minotauro.
Poco después Anaïs se entrevistaba con el psiquiatra Mathias Freire para preguntarle sobre uno de sus pacientes del hospital. Un hombre misterioso al que Mathias había diagnosticado «fuga disociativa»: un tipo de amnesia en la que el enfermo se crea otra identidad.
Desde ese momento Anaïs y Mathias se sumergen en un caso laberíntico. Solo saben que alguien ha estado matando desde hace tiempo, copiando cada vez un mito de la Antigüedad. La clave para encontrarle está en la mente de un hombre que ha olvidado quién era.
El origen del mal
Con este título, que el propio Joel Dicker utilizó como enigmática obra desde la que despegar con su serie del escritor Harry Quebert, se apunta a ese germen que todo escritor de novela negra debe considerar como big bang. La tentación del diablo, la parte esencial de los equilibrio entre la moral y lo ominoso que todo ser humano ajusta para no entregarse a la violencia y la venganza como argumentos. Solo que algunos no aplican filtros y acaban por florecer desde ese germinado hacia lo humano como creación monstruosa. Y el germen siempre está en la infancia y su apariencia ingenua.
El director de un coro infantil es hallado muerto en una iglesia en extrañas circunstancias. La única pista junto a su cadáver es la huella de la pisada de un niño. Son niños. Poseen la pureza de los diamantes más perfectos. Sin sombras. Sin cortes. Sin defectos. Pero su pureza es la misma que la del Mal.
El cadáver del director de un coro infantil ha aparecido en extrañas circunstancias y nadie es capaz de determinar las causas de su muerte. La única pista con la que cuenta la policía es una huella encontrada cerca del cuerpo. Es la huella de una pisada pequeña, muy pequeña… Una investigación sembrada de indicios inquietantes que se sumerge en el lado más oscuro de la mente humana, el que goza con el dolor.