Solo un semiólogo pertinaz puede escribir dos novelas como El péndulo de Foucault o La Isla del día de antes y no perecer en el intento. Umberto Eco sabía tanto de comunicación y de símbolos en la historia de la humanidad, que acabó derramando sabiduría por doquier en estos dos libros de ficción hacia el alcance último del significado del ser humano.
En principio (y para muchos lectore también en última instancia), pueden parecer novelas demasiado densas, en las que se intuye un fascinante secreto a desvelar pero que avanzan demasiado lentas, escudriñando detalles que se escapan al lector común menos interesado en profundidades teóricas.
Ahora que ya nos ha dejado este autor puede que lo echemos de menos. Su legado lo han retomado los Dan Brown o Javier Sierra en el panorama patrio, por nombrar a dos dignos herederos. Pero, sin desmerecer, ninguno de los grandes autores de misterio actuales disponen de tal nivel de sabiduría sobre los grandes enigmas que nos atañen como civilización.
Umberto Eco también escribió ensayo humanístico y filosófico, como buen Catedrático que era. Se ocupara de literatura de ficción o de temás más reales, Eco siempre conseguía embelesar a millones de lectores.
3 novelas recomendadas de Umberto Eco
El nombre de la rosa
No, no me había olvidado de esta obra cumbre del autor. Cumbre en cuanto que alcanzó a milones de lectores y por ello, buscando un punto de objetividad, debe ser alzada a la cúspide de su creación.
Se trata de una novela que tiene el justo punto de sofisticación, aquel que hace al lector sentirse inteligente en la comprensión y desentrañamiento del caso, un caso peliagudo que afecta a una comunidad de clérigos en la que poco a poco van sucumbiendo muchos de ellos a una grave afección…
Seguro que recuerdas mucho del libro o de la película: la biblioteca, el ocultimos, la falsa moral, el castigo, la culpa, la muerte, y unas lenguas azuladas como única marca común en todos los muertos que se van sucediendo…
La isla del día de antes
Hay algo de ciencia ficción en esta novela planteada en el año 1643, una especie de contraste fascinante que te desubica y te maravilla. Roberto de la Grive se enfrenta a un mundo nuevo tras un naufragio que casi acaba con su vida.
Se salva gracias a que puede encaramarse hasta una nave que parece esperarlo en mitad del mar. Al subir a ella…, es como si hubiera alcanzado las antípodas de la realidad, un espacio entre onírico y bíblico que bien hubiera firmado Arthur C. Clarke para alguna escena de su odisea espacial.
Y sin embargo las cartas de Roberto son historias de su tiempo que escribe a «la Señora», por si algún día las lee. En sus epístolas Roberto escribe sobre el acontecer de los días de aquellos tiempos, sobre lo que se vaticina como futuro más cercano.
Porque Roberto no es un tipo cualquiera, en sus cartas lo vamos descubriendo en su verdadera relevancia…, es un hombre que participó en grandes duelos y que sufrió de grandes amores. Un escenario maravilloso con una isla paradisíaca, inalcanzable desde la nave que lo mantiene varado en ninguna parte.
El cementerio de Praga
¿Qué es lo que sabemos de nosotros mismos como civilización? Nuestra verdad se compone de los símbolos de protohombres hasta los testimonios propios del lenguaje más estructurado.
Pero realmente…, todo puede ser tan manipulable… ¿Quién nos dice que no hubo un Simonini en cada momento reseñado por el hombre sobre su propio avanzar por el mundo? Simonini, el protagonista de esta novela vivió en pleno siglo XIX y se ocupó de hacer crónicas sobre lo que acontencía.
Ninguna otra ciencia o saber más fácilmente trastocable que la Historia. No se trata de una manipulación a posteriori, sino más bien de lo que habrá de cierto en lo escrito en los viejos libros, al capricho de una pluma rodeada de analfabetismo, sin censura ni crítica. La simple duda plantea misteriosos escenarios.