Los nombres prestados, de Alexis Ravelo

Escribir novela negra a lo Alexis Ravelo es hacer algo más sofisticado o profundo. No se trata de descubrir al asesino ni de recrearse en el extraño morbo del crimen. No al menos como esencia única. Se trata de una capacidad narrativa equiparable a ese Víctor del Árbol empeñado siempre en contarnos algo más, en rebuscar en las motivaciones, culpas y otras cargas del alma.

En esta ocasión Ravelo tira del recurso del baile de identidades para pertrechar una creciente trama que, mutatis mutandis, nos advierte sobre la mascarada general que es la vida, en no pocas ocasiones…

Tomás Laguna podría perfectamente ser un corredor de seguros jubilado que ha llegado a Nidocuervo para disfrutar con tranquilidad de su retiro en compañía de su perro Roco. Y Marta Ferrer podría pasar por una traductora que ha encontrado en el pueblo el sitio ideal para vivir en paz con su hijo Abel. Pero lo cierto es que ambos son verdugos insomnes llegados a ese rincón del mundo con nombres prestados, fingiendo que no son quienes hasta hace poco han sido.

Sin embargo, el equilibrio entre la realidad y la ficción que cada uno ha elegido para sí es tan frágil que sucesos tan fortuitos como una tormenta o la elección de una foto para la portada de un periódico resucitarán los fantasmas del pasado, devolviendo a sus vidas una violencia que esperaban haber dejado atrás para siempre.

Situada a mediados de los años ochenta del siglo XX, Los nombres prestados es una historia de acción y suspense, un wéstern moderno, una novela negra que funciona también como una alegoría que indaga en las causas y las consecuencias de la violencia política, en la vinculación entre víctimas y verdugos, en las obligadas paradas que habrá de hacer quien recorra el tortuoso camino hacia la redención.

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