Lo que falta de noche, de Laurent Petitmangin

En un mundo de matriarcado emocional evidente, la relación en ambas direcciones de padres e hijos tiene ese punto de alienante contención, de silencios por incapacidad e incomunicación como sistema de defensa. Aún con eso la latencia de todas esas emociones como de arraigo extrañado ofrece destellos insospechados de drama, de alegría, de trascendencia y humanidad, como el Big Fish de Tim Burton, como cualquier relación de un padre con su hijo con sus viajes de ida y vuelta de sus brazos al mundo y de vuelta a sus brazos.

El hombre que narra esta historia perdió a su mujer y ha criado a sus dos hijos lo mejor que ha podido. Son dos chavales buenos y educados que quieren a su padre tanto como él a ellos, aunque no lo expresen a menudo. Comparten la afición por el futbol, los recuerdos sobre su madre y el orgullo humilde de clase trabajadora. Hasta que de repente el mayor habla cada vez menos, se aleja de su padre y empieza a codearse con jóvenes de extrema derecha.

Con la sensibilidad frágil y profundamente humana de quién no tiene herramientas para expresar cómo se siente, asistimos al relato de un amor imperfecto entre un hijo y un padre que no sabe cómo evitar que su chico se llene de odio. ¿Por qué alguien con la vida por estrenar puede contener tanta furia? ¿El amor de un padre puede perdonarlo todo?

Esta historia inolvidable se hace las preguntas adecuadas, las que más duelen y las que escapan a una respuesta fácil. Seleccionada como el mejor libro del año por los estudiantes franceses, resuena con fuerza en un mundo estupefacto ante el auge del odio y la incomprensión.

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