Hace bastantes décadas e incontables veranos el niño que fui se quedaba embelesado con las estrellas. Pasaba el verano en Añón de Moncayo, un lugar donde se podía observar la cúpula celeste en toda su magnificencia. Noches de agosto en las que los mayores nos explicaban el significado y la trascendencia de cada uno de esos puntos de luz que adornaban la noche. Actualmente, por suerte aún hay forma de disfrutar de cielos como aquellos gracias a iniciativas como la de elnocturnario.com, donde el acercamiento a las estrellas no podía ser más genuino, preciosista y detallado.
Años después, cuando lo de escribir relatos y novelas ocupaba gran parte de mi tiempo libre, escribí algún relato sobre las lágrimas de San Lorenzo (alias cristiano para las Perseidas). La cosa iba de un mago que viajaba hasta la Huesca decimonónica en las fiestas de su patrón, el propio San Lorenzo. Hasta allí llegaba con uno de los trucos más fascinantes del mundo, que solo podría representar la noche del 15 de agosto por obra y gracia de las juguetonas Perseidas. Algún día quizás lo suba por aquí.
Eso sin olvidar mi posterior «bilogía» de «El sueño del santo» junto a «Esas estrellas que llueven» donde lo estelar tiene un peso fundamental para desentrañar el misterio de la trama.
Sin duda lo astronómico da mucho juego en la ficción pero es que la astronomía supera siempre cualquier fantasía. Porque como ciencia se alimenta de grandes mitos erigidos desde el primer ser humano que levantó su cabeza hacia arriba boquiabierto para solo suponer y dejarse llevar por la imaginación. Los albores de esta ciencia componen un fascinante mosaico salpicado de una brutal imaginería propia.
Actualmente podemos disfrutar de multitud de libros que nos hacen de guía para conocer al detalle la cambiante cúpula celeste, según la estación y nuestra posición en el planeta. Tan solo es cuestión de tirar de buscador en Internet para dar con ese ejemplar que lo explique todo desde una visión primigenia que puede retrotraernos hasta Kepler, más allá hasta Ptolomeo o a cualquiera otra de las culturas antiguas que ofrecieron su visión del Universo.
Si partimos de un mínimo y queremos profundizar en esa parte de cosmos al que actualmente el ser humano es capaz de encontrar sustento y explicación, autores como Eduardo Battaner se ocupan de divulgar lo astrofísico para hacernos menos gélido ese espacio oscuro cargado de mágicos destellos.
Si queremos disfrutar de la vertiente mitológica que traza y hasta dibuja figuras que ocupan constelaciones o conjuntos de estrellas podemos disfrutar de multitud de libros que profundizan en esa mitología del firmamento.
Si lo nuestro es una particular fijación con cuerpos celestes como la luna, no pocos libros nos presentan las dos caras de nuestro satélite. Porque ya sabemos que como parte del equilibrio de nuestro planeta también la luna tiene mucho que decir.
Y así uno acaba por hacerse con un telescopio para emprender el viaje que el ser humano viene haciendo desde hace siglos con la misma visión del niño en busca, quizás, de las más preclaras respuestas. Aunque claro está que bien documentado uno parece más el cicerone del espacio exterior que no el Ulises perdido entre océanos desconocidos. Atreverse a conocer siempre merece la pena.