En ocasiones la literatura se retroalimenta y acaba componiendo escenarios a caballo entre realidad y ficción que transforman, equilibran y acompasan esas verdades últimas que la Historia se empeña en inculcar a fuego para interés de unos u otros. Algo así ocurrió cuando Javier Cercas conoció a Rafael Sánchez Ferlosio en Gerona allá por 1994. Una cita desde la cual se compuso aquella novela fantástica de Cercas: Soldados de Salamina.
Ciertamente, mi conocimiento del escritor Sánchez Ferlosio se ceñía por entonces a lecturas referidas en mi época de estudiante. Pero de la misma forma que Cercas quedó fascinado por el relato de Ferlosio sobre su padre, Rafael Sánchez Mázas, fundador de la Falange Española, se despertó entonces en mí la curiosidad por el escritor bajo el sello de una figura paternal tan potente como era el prio Sánchez Mazas.
Lo mejor de todo es esa especie de síntesis de lo humano más allá de toda ideología que cualquier escritor es capaz de componer. Algo muy por encima de presupuestos interesados y de etiquetados que los demás se encargan de considerar antes incluso de haber escuchado al individuo frente al juicio sumario de las creencias.
Sánchez Ferlosio, como cualquier otro hijo del mundo asumió su vinculación pacientemente, como una extensión física irrefutable para los demás. Salvo que seas escritor y seas capaz de contrarrestarlo todo en aquellas mentes que sean capaces de leer un libro antes de componer ideas preconcebidas…
La narrativa de ficción de Sánchez Ferlosio tampoco fue su ámbito de creación más extenso. Pero tanto sus novelas como sus ensayos son ricas creaciones que lo albergan todo, que lo critican todo, que atestiguan el interés único del escritor sin más condicionantes: preguntarse el porqué del mundo.
Top 3 libros recomendados de Rafael Sánchez Ferlosio
El Jarama
En la prosa de ficción, esta novela descuella entre sus dos hermanas de mayor longitud y la serie de relatos del autor.
Curiosamente en un creador tan dotado para la presentación de escenarios que tan magníficamente representan esa existencia al otro lado del espejo de nuestra realidad, su dedicación se fue orientando cada vez más a la reflexión de ensayos y artículos.
Pero claro está que la impronta creadora de cada cual se orienta hacia la necesidad expresiva, sin más condiciones.
La cuestión es que en esta novela de realismo magnético en torno a un río Jarama cuyas aguas acompasan el devenir de una España de mediados del siglo XX, acompañamos a unos jóvenes paradigmáticos de esa España limitada y a su vez anhelante del vitalismo robado.
Una historia que cubre las extrañas horas de asueto que podrían vincularse con cualquier otro momento vivido por unos jóvenes en cualquier ubicación utópica.
El mosaico vívido de la juventud frente a la amenaza del día siguiente, de ese porvenir que llegará como un mazo en cuanto abandonen ese pequeño paraíso prosaico, accesible y oportunísimo para entender que la vida siempre busca sus cauces de fuga.
Industrias y andanzas de Alfanhuí
Corrían años en los que escribir sobre lo real requería de cierto toque alegórico. Y un autor como Sánchez Ferlosio, interesado sobre todo en la realidad más evidente recurrió a su genial creatividad para ofrecernos una primera novela tildada de picaresca y probablemente con total acierto.
Porque la picaresca del siglo XVII y el estraperlo del XX comparten el ingenio hacia la supervivencia y en esa noción de que el engaño puede valer siempre para dejar de engañar al estómago aparecen personajes supervivientes hechos genios.
El prota de esta historia, Alfanhuí es medio niño medio hombre, con la capacidad para ver el mundo todavía con ilusión y magia pero al borde de esa desesperanza que conforma el cansancio y la lucha continúa.
Alegoría de la juventud y de los duros tiempos vividos, una historia entrañable por momentos y reveladora en toda su lectura.
El testimonio de Yarfoz
La última de las tres novelas de Sánchez Ferlosio. Una novela esperada en su momento después de las dos grandes historias anteriores de los años 50.
El realismo mágico del que hizo alarde se transforma en esta novela en una concesión absoluta a la imaginación que el propio Kafka quisiera haber escrito.
Porque en este «testimonio» equilibrado entre la erudición y la fantasía encontramos personajes cargados de simbolismo. Según reconoció el propio autor, se trató de una obra escrita a pinceladas desde aquellas dos novelas escritas en la noche de los tiempos de su vida.
Y precisamente por esa hechura con poso, la carga final de la historia trasciende hasta esos niveles de placer de la lectura entre las ideas y la imaginación.