Cuando una segunda parte se puede leer de manera independiente es que nos encontramos ante una serie abierta, con gran proyección e infinitas posibilidades para una autora de novela negra como Ana Lena Rivera.
En estos casos de sagas que apuntan a extenderse durante gran parte del devenir literario de un escritor, un protagonista principal suele descollar sobre los propios casos presentados. Ya sea por su magnetismo personal, por sus claroscuros, o por algún asunto pendiente que nunca termina de cerrerse entre las entregas que se van acumulando.
Sería algo así como la impactante Amaia Salazar de Dolores Redondo, ya que estamos en torno a otra escritora de género negro. En este caso la prota también es una mujer como Gracia San Sebastián que ya en la primera parte «Lo que callan los muertos» aportaba tanto de novedoso en el perfil de un personaje que investiga alejado de las comisarías, con mayores riesgos por el especial cariz que van tomando sus casos…
En esta nueva ocasión, Gracia San Sebastián, investigadora de fraudes financieros, se ve envuelta en la desaparición de Imelda, una joven psicóloga a la que encuentran muerta pocos días después en las vías del tren.
El marido, artificiero de la Guardia Civil y principal sospechoso, le pide ayuda para descubrir al asesino de su mujer. Junto a su amigo Rafa Miralles, comisario de la policía de Oviedo, Gracia empezará una investigación que la llevará a la caza de un asesino por varias capitales europeas.
Al mismo tiempo, la vida de Gracia se desmorona. La relación con Jorge, su marido, pasa por un mal momento, y su reputación como investigadora está en entredicho tras acusar a un funcionario con esclerosis múltiple de fingir su enfermedad para competir en la modalidad más extrema del triatlón, el Ironman.
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