La desbordante imaginación de Andrei Kurkov, el escritor de literatura infantil, desbocada en esta novela si bien para adultos extrañamente disfrazada de un surrealismo lisérgico rayano con lo infantiloide.
En el fondo un viaje a una fábula para niños tiene el mismo trasfondo alucinante que el encuentro de Viktor con el pingüino con el que se decide a compartir su vida.
Porque nada volverá a ser lo mismo. Y es probable que la patética orientación de la vida de Viktor vaya aún a peor con un pingüino malcriado, déspota y egocéntrico. Un Ignatius Reilly que reconvierte poco a poco a su amo en un siervo dentro de una deriva de acontecimientos que no por extraños sean tan lejanos.
En principio se trataba de dos almas perdidas en busca de algo de calor compartido en este gélido mundo. Pero cuando las cosas van mal todo lo que se improvise será siempre para peor.
Quizás Viktor, deprimido y apaleado por la vida debió tomar la firme decisión de no salir de la cama hasta la siguiente glaciación. Pero las decisiones acerca de su destino y su pingüino Misha ya están tomadas.
Misha, también está deprimido: suelta suspiros melancólicos cuando chapotea en la bañera de agua helada y se encierra en la habitación como un adolescente. Ahora Viktor no solo está triste, sino que debe consolar a su amigo. Y además alimentarlo.
Todo se complica cuando un gran periódico le encarga escribir esquelas de personajes públicos que aún están vivos. Parece una tarea fácil. Pero no lo es: los protagonistas de sus necrológicas empiezan a fallecer en extrañas circunstancias poco después de que escriba sobre ellos.
Misha y Viktor se ven atrapados en una trama absurda y violenta. Una novela oscura y luminosa, con humor blanco y negro. Como la vida. Como un pingüino.
Como bien apunta el título de la novela, que bien podría rezar a los pies de alguna pintura en una exposición de arte vanguardista, las escenas apuntan a la trágica sensación de que lo más extraño que puede acontecer es que algo salga indemne de esta trama.
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