Con las últimas vibraciones de Eva, su anterior novela de la serie Falcó, todavía reverberando en nuestra memoria lectora, Pérez Reverte irrumpe con una novela de transición entre propuestas de Falcó y lo que llega después.
Sea como fuere esta novela se presenta como una fábula de fuerte carga simbólica a través de una personalización que acaba por hacernos olvidar que se trata de una historia de perros. Las vidas de Teo, de Boris el Guapo, de Negro y de muchos otros chuchos se elevan hasta esa condición humanizada que Arturo Pérez-Reverte consigue desarrollar hasta la estrema credibilidad.
No sé si al terminar de leer este libro se podrá volver a mirar a un perro de la misma forma. Si ya sospechábamos que en esas miradas expresivas se ocultaba algún tipo de inteligencia por encima de lo sospechado, cuando demos por terminada esta trama confirmaremos todas esas sospechas.
Como buen amante de los animales en general y de los perros en particular, el autor se ha ocupado de presentarnos un escenario completo de ese mundo animal reconocido por medio de la fábula. Un escenario perruno donde perduran pautas entre lo moral, lo instintivo y lo espiritual. Pautas que antes respetaban los hombres como un conjunto básico para mantener un mínimo de convivencia entre iguales.
El viaje de Negro en busca de sus compañeros extraviados es también un paseo por todas esas referencias que los perros quizás aprendieran de los hombres en el proceso hacia la domesticación, pero que ahora solo ellos conservan muy por encima de nuestras enseñanzas echadas por tierra para nosotros mismos.
Si algo sobrevive en este mundo después de algún tipo de hecatombe que seguro nos esperará mañana o dentro de milenios, solo los perros podrían afanarse en recuperar un mundo donde los viejos valores imperen, en primer lugar para la conservación de cualquier especie.
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