Las idiosincrasias de cada pueblo, marcadas por imaginarios repletos de símbolos y por las referencias de los antecesores que ocuparon un mismo espacio, se fueron abriendo progresivamente hacia una mezcolanza, cuando no uniformidad, con el resto de pueblos de zonas de influencia cada vez más amplia.
A día de hoy se puede decir que la idiosincrasia ha derivado hacia una conciencia común imperante en la mayor parte del mundo.
Occidente y gran parte de oriente ya entiende el mundo en base a similares patrones, con los matices locales precisos de las diferentes religiones como grandes baluartes de la moral general o de otros aspectos locales de menor rango y fácilmente absorbibles por ese gran movimiento hacia la conciencia colectiva mundial.
Con ello no quiero dar a entender, ni por supuesto la autora, (libre de esta divagación mía para presentar su libro), que la humanidad esté sometida a una uniformidad en cualquier tipo de precepto social. El individuo siempre tiene y tendrá margen para liberarse de tendencias o ideas. Pero para ello, y aquí sí que Chantal Maillard hace hincapié, el individuo debe realizar una introsprección profunda para posicionarse en el mundo, para no acabar desdibujado y frustado desde lo más hondo de su ser por la incapacidad propia para alcanzar la más mínima parcela de autorrealización.
Pensar en la educación como herramienta, entendida como un proceso de aprendizaje desde el primer momento y hasta el último segundo, nos puede ayudar en esa búsqueda de nosotros mismos entre la espiral que nos gobierna desde esa conciencia común con su fuerza centrípeta.
Un ensayo para exponer y sugerir, para plantear nuestra vida como esa pirámide de Maslow hacia la autorrealización, el único camino posible.
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