Que la literatura erótica vive una segunda juventud es evidente. La cuestión sería dilucidar si en algún momento no ha sido así. Porque las historias de enamoramientos, de acercamientos intensos tienen ese don de la juventud eterna, de vivificar pasiones y pulsiones que parecen adormecerse con el paso de los años.
Y ahí es donde la imaginación se encarga de actuar como placebo para la pasión y el deseo. Una buena historia que bordee el erotismo, la sensualidad y el romanticismo, tiene siempre todas las de ganar ante un público lector de este tipo de historias ávido de nuevas aventuras desde las que despertar ese hormigueo de las bajas pasiones.
Si además la trama es capaz de aportar un equilibrio en su vertiente más intelectual, la propuesta narrativa coge vuelo en ese compendio de lo racional, de los tabús y del desenfreno emocional. No es casualidad los recientes éxitos iniciados con E.L James y muchos otros autores que aprovecharon la estela de lo erótico.
Pero es que en el caso de esta primera novela de Carrie Blake, encontramos una variante nueva en la aventura de los amores que vienen y van. Se trata fundamentalmente del juego al límite entre lo racional y el fuego de la pasión de cada uno de los encuentros fugaces.
Porque Isabel Archer conoce de ese brillo insondable de las primeras citas en las que el mundo resplandece ante la conexión química de dos personas (cuyos encuentros son favorecidos, de manera más prosaica, en este caso, por casas de citas online). Y son esos momentos los que le aportan una chispa de vivir casi ludopática.
Isabel disfruta con la tentación del coqueteo. Se disfraza de la mujer perfecta ante cada uno de sus pretendientes. Disfruta con ese enamoramiento ciego, el hechizo que ella sabe crear desde un espacio de control proveniente del estudio minucioso de cada una de sus víctimas. Un análisis infalible elaborado durante los fundamentales primeros momentos de todos sus encuentros.
Conforme conocemos a Isabel Archer quedamos fascinados con esa especie de poder, ese truco fundamentado soterradamente en lo analítico pero que acaba por erigirla como la mujer perfecta, la media naranja que ningún hombre quisiera perder. Hasta que, de repente, Isabel se esfuma de la vida de su última víctima.
Pero como todo juego al límite, el amor hecho apuesta puede convertirse en una ruleta rusa repleta de balas. En la mesa, frente a Mathew, algo distinto ocurre, el clic del último disparo acabó estallando sobre Isabel, dejando una intensa reverberación que la impedirá pensar en otra cosa. En ese momento ella sabrá que en su última partida frente a Mathew seguramente ella no fue quien cargó la pistola. Y no hay nada peor que saberse perdedor o perdedora en la disputa del amor.
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