Una bucólica imagen de un valle nevado puede ofrecer diferentes visiones y muy distintas interpretaciones. La uniforme belleza blanca de una naturaleza entrega a la hibernación también puede suponer aislamiento, inactividad, letargo, aburrimiento, o incluso miedo por sentirte apartado de todo, a merced de un tiempo inclemente que parece alterar el entorno, como apoderándose de él para siempre.
Y sin embargo, insisto, hay mucho de encanto en una cabaña solitaria desde la que humea una chimenea. Símbolos de civilización, de calor, de humanidad y familiaridad.
Todas estas sensaciones e imágenes nutren esta historia, la dotan de esa ambientación contradictoria, y se aprovechan de ese juego dual para abrirnos a una historia ciertamente desconcertante.
Es plena navidad y volvemos a la imagen de la cabaña… Desde ella emerge una figura, es un hombre… Su respiración acelerada se manifiesta en un denso vapor que sale a raudales de cada expiración. Apenas hay luz natural, el sol ya renunció a su intento por calentar el suelo más que reveberar inutilmente sobre la nieve.
El hombre parece gobernado por una cólera que solo podemos asociar con la locura, la desesperanza o una enorme frustracción.
Es entonces cuando la bucólica imagen va decayendo y todo adquieren un mayor tono azul oscuro.
Querríamos saber qué es lo que conduce a ese hombre a semejante actividad frenética. El hacha en sus manos nos hace retroceder. Los árboles van cayendo conforme la potencia de los golpes del filo del hacha los hace doblegarse y finalmente yacer.
Averiguar qué es lo que ocurre, descubrir los motivos para ese ataque de rabia es el fundamento de esta histora.
Es Navidad, todo puede pasar… y del mismo modo que una gran nevada puede despertar sensaciones contradictorias según el observador, la Navidad también provoca sensaciones contrapuestas según el alma de cada cual…
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