La cara norte del corazón, de Dolores Redondo

La cara norte del corazón, Dolores Redondo
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Empecemos desde el trasfondo de esta novela. Y es que los personajes atormentados sintonizan siempre con esa parte del lector que lo vincula con su propio pasado; con los errores o los traumas que en mayor o menor medida parecen marcar con intensidad el sino de la existencia. Por encima de las buenas decisiones y las exitosas consecuencias.

Al final todo se circunscribe a la sensación de lo perentorio, de la única oportunidad para tomar las decisiones. Algo que a la postre genera ese peso existencial del tiempo limitado.

Puede sonar demasiado trascendental para hablar de la precuela de la triunfante saga del Baztán de Dolores Redondo, esa obra que sirvió para que el género negro se popularizara con mayor intensidad si cabe en España.

Pero es que el personaje de Amaia Salazar dejaba tantos cabos sueltos en lo personal, tanto jugo sobre su infancia y juventud salpicadas por los acontecimientos más disruptivos en lo existencial, que una vuelta a la saga desde los orígenes apuntaba sin duda a todas esas sombras cernidas sobre la brillante inspectora.

Nos ubicamos en 2005 y pronto reconocemos a Aloisius Dupree, investigador con el que Amaia contactaba en alguna ocasión en la trilogía inicial. Él es el encargado de conducir una reunión de cuerpos de policía de todo el mundo bajo el paraguas del FBI en la ciudad de Quántico, donde tiene su sede el departamente  de formación de este cuerpo estadounidense.

Amaia destaca sobremanera durante la instrucción y es incluída en la investigación de un caso real. Su especial conexión con el modus operandi de las mentes criminales (que ya pudimos adivinar en la trilogía) queda manifiesta de nuevo aquí.

Pero su viaje iniciático en lo profesional que la sumerge de lleno en el caso del criminal conocido como «el compositor» (por los motivos más truculentos que podemos imaginar) se ve trastocada cuando una imperiosa necesidad la reclama desde su originario Elizondo.

Pero Amaia ya está embarcada (nunca mejor dicho para una Nueva Orleans sumergida prácticamente bajo las aguas tras el paso de aquel huracán Katrina), y deja su realidad más personal aparcada, suspendida, detenida. La figura de su padre la mueve entre contradictorias sensaciones de derrota y amor residual. Porque fue él, Juan Salazar, quien no supo salvarla de sus miedos más hondos prolongados hasta hoy.

Aunque bien es cierto que lo de Amaia y sus traumas tiene ese no sé qué de destino infranqueable. Y eso la conecta especialmente con Dupree, su jefe en la investigación en Estados Unidos. Porque también él ha transitado por sus particulares infiernos, más truculentos si cabe, a la americana donde todo parece siempre más a lo grande.

La trama avanza con varios frentes abiertos, desde el ahora remoto Elizondo hasta una ciudad fantasmagórica como Nueva Orleans, oscura y sofocante entre el siniestro total de Katrina y su herencia esotérica.

Porque más allá del asesino apodado como el compositor, la hecatombe del huracán parece removerlo todo hasta alcanzar las existencias cruzadas de Amaia y Dupree. Sin que realmente pueda considerarse al compositor como un actor secundario, nuevos asuntos del pasado emergen entre la crecida de las aguas, como pesadillas que el gran huracán se ha encargado de recuperar para desquiciar al lector en un cambio constante de escenarios frenéticos.

La Historia del hombre es la historia de sus miedos en cualquier lugar del mundo, llega a asegurar Dupree en alguna de las escenas de esta novela, confirmándolo en el momento preciso en el que la trama iguala Elizondo y Nueva Orleans.

Personajes en las sombras, brujería, vudú, desastres naturales. Una propuesta narrativa que avanza bajo la sinfonía de un violín siniestro capaz de evocar tantos asuntos pendientes a uno y otro lado del océano atlántico. El éxtasis de la novela negra se va atisbando como un horizonte que te impide dejar de leer.

Una novela negra total, con relampagazos de terror incluso que nos acerca más aún a ese gran personaje que ya es Amaia Salazar. Ella tiene ahora tan solo 25 años pero ya dibuja esa determinación de la inspectora que llegará a ser. Solo que la umbría generada desde los profundos bosques de su corazón, como una fuerza telúrica que la víncula al Baztán, sigue despertando los mismos escalofríos de gelidez de quien trata de escapar de los miedos. Y curiosamente en ese miedo reside su capacidad extraordinaria para la investigación. Porque ella es la aguja en el pajar…

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