La muerte se desnaturaliza cuando no es la salida propia de escena. Porque abandonar este mundo borra todo rastro de memoria. Lo que nunca es del todo natural es el fallecimiento de ese ser querido que siempre estuvo ahí, menos aún en una completa tragedia. Las pérdidas más inesperadas nos pueden conducir a búsquedas tan imposibles como necesarias. Porque lo que escapa a la razón, la costumbre y el corazón también necesita de explicación o sentido alguno. Y siempre faltan palabras no dichas que no encajan en el tiempo compartido que fue. Esas son las palabras que confiamos al viento, si es que podemos finalmente pronunciarlas…
Cuando Yui, una joven de treinta años, pierde a su madre y a su hija de tres años en un tsunami, empieza a medir el paso del tiempo a partir de entonces: todo gira alrededor del 11 de marzo de 2011, cuando la ola gigantesca devastó Japón y el dolor se apoderó de ella.
Un día oye hablar de un hombre que tiene una cabina de teléfono abandonada en su jardín, adonde las personas acuden desde todos los rincones de Japón para hablar con quienes ya no están y hallar la paz en el duelo. Pronto, Yui emprende su propio peregrinaje hasta allí, pero al levantar el auricular no encuentra las fuerzas para pronunciar una sola palabra. Entonces conoce a Takeshi, un médico cuya hija de cuatro años ha dejado de hablar tras la muerte de su madre, y su vida da un vuelco.
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