El título ya recoge la sensación de fatal premonición que gobierna esta novela negra. El destino se confabula para atraer y entrelazar las almas rotas de unos personajes que comparten pasados tenebrosos y existencias lúgubres. Los personajes son muy distintos en el plano real, ese que se centra en los roles sociales, los orígenes y la dedicación. Pero esa realidad queda relegada a un segundo plano conforme descubrimos cómo todos comparten una similar perspectiva vacía del mundo. Ausencias, traumas, pérdidas, violencia, desengaños. El sentimiento trágico es lo que nos hace ver a los personajes como almas gemelas en ese plano de la existencia subjetiva, mucho más allá de las circunstancias particulares y del camino real recorrido.
Si el personaje de Germinal Ibarra no fuera policía, la historía pasaría por ser una novela dramática de una profundida asombrosa, con los particulares mundos de sus personajes redefiniendo la realidad de cada escena. Turismo existencial al corazón de la naturaleza en la Costa da Morte. Solo apto para amantes de la literatura más exquisita; donde un amanecer, la bravura del mar, la espesura de la niebla o la silenciosa quietud de un pueblo quedan teatralizados por el personaje-guía de turno, quien se enfrenta a la intensa vivencia en ese espacio donde flotan sus pensamientos y sentimientos transformadores de todo lo que le rodea.
Pese a todo, la trama avanza ligera de manera sorprendente. Víctor del Árbol sabe compendiar la pesadez descriptiva existencial (pesadez en cuanto a la gravedad que imanta a los personajes con su pasado), con la ligereza de una acción que se desliza gracias a tantos y tantos asuntos pendientes. La trama avanza gracias a la búsqueda de los motivos de cada personaje para convertirse en lo que son, los motivos para sus heridas.
Desde la búsqueda de la reparación de unas víctimas de la dictadura argentina, hasta la imposible recomposición de madres que pierden a sus hijos, pasando por las historias de niños forzados a abandonar la infancia brutalmente y por almas sensibles que no supieron, ni aún saben, ni tampoco pueden, encontrar su sitio en el mundo.
Sin duda un cosmos trágico de personalidades que destellan en la profunda oscuridad, con el ya habitual recurso literario de los flashback que convierte la historia en un puzzle, removido todo ligeramente (como un buen cóctel) gracias a la vertiente de investigación policial que el bueno de Ibarra se ocupa de personificar como hilo conductor para tantas y tantas vísperas de casi todo.
Solo al final, un innegable punto de esperanza parece transmitir el sosiego de algunos de los supervivientes de si mismos. Aquellos que después de romperse completamente el alma contra las rocas pueden trazar una nueva singladura. Los que ya no están y los que pese a todo se siguen aferrando al pasado parecen quedar tal como los encontramos, sumidos en esas vísperas que nunca anuncian festivo.
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