La madre de Frankstein, de Almudena Grandes

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Siempre me resulto curiosa la etimología de la palabra histeria. Porque viene de útero en griego. Y así fácilmente se deriva la fácil y aborrecible asociación de lo femenino con lo demencial por naturaleza. Aberrante.

Almudena Grandes se fija en esta novela en un particular psiquiátrico femenino que existió en Ciempozuelos desde 1877. Al auspicio de este manicomio se acababan acogiendo todo tipo de «desviaciones» y «manías» de una larga época extendida hasta bien adentrados en el siglo XX. Desviaciones, manías, excentricidades junto con verdaderas psicopatías y hasta vergüenzas a ocultar por las familias decorosas.

Todo lo psiquiátrico era mucho más determinable y hasta punible en el caso de las mujeres, por supuesto. Porque los patrones de la moral establecían entonces, con la mayor de las certidumbres, dónde estaba la razón y dónde la locura.

Hasta este manicomio llega en 1954 Germán Velázquez, con su vitola de psiquiatra formado en el extranjero. Aunque sin duda por esa capacitación en espacios mucho más académicos, Germán descubre los métodos y pautas más chirriantes de un lugar destinado más a la expiación de pecados que al tratamiento mental.

Entre Germán y María, una de las ayudantes del centro, se establece una relación que trasciende a lo meramente profesional desde el nexo de unión de doña Aurora, una interna que acabó con la vida de su padre y de la que no se sabe si su paranoia llegó antés o después de su crimen, si fue causa de su comportamiento criminal o consecuencia de la realidad del delito.

La cuestión es que desde doña Aurora, Germán y María ahondan en la idea de las culpas, de la moral empeñada en escribir con sangre los destinos. María y Germán tienen pasados simétricos en su noción de pérdida, de abandono, de salida, escape y urgencia por olvidar un tiempo robado.

En la interaccion de ambos, buscada por un Germán embaucado por los secretos de la vida y los enigmas de la mente, se va dando buena cuenta de un tiempo gris en el que todas las almas debían teñirse de ese tono apagado. Porque ostentar vida, sobre todo para la mujer, podía dar con sus huesos en el manicomio.

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