Tendremos que esperar a finales del verano para darle un buen repaso a lo nuevo de Stephen King. Una de esas historias que retoman viejos senderos del primer King entre sucesos paranormales y siniestros, o ambas cosas perfectamente conjugadas en un imaginario donde todo tiene cabida hacia la verosimilitud más desquiciante.
Para la ocasión, los oscuros asuntos pendientes de la trama pivotan en torno a un personaje que arrancó como secundario en la trilogía de Bill Hodges. Una Holly Gibney que desde un perfilado inicial muy ligero fue ganando poso y aportando ese cuajo de los aspirantes a protagonistas en el inabarcable universo King. Con ella las tramas se extienden hacia el noir más escalofriante que ya nos explotó en la cara con «El visitante» y «La sangre manda». Así que, una vez más, cojámonos de la mano de Holly para atravesar umbrales del mal hecho carne…
Cuando Penny Dahl contacta con Finders Keepers para que la ayuden a encontrar a su hija, algo en la voz desesperada de la mujer hace que Holly Gibney se vea obligada a aceptar el trabajo.
A poca distancia del lugar en el que Bonnie Dahl desapareció, viven los profesores Rodney y Emily Harris. Son la quintaesencia de la respetabilidad burguesa: un matrimonio octogenario y dedicado de académicos semiretirados. Nadie diría que, en el sótano de su impecable casa forrada de libros, esconden un secreto directamente relacionado con la desaparición de Bonnie.
Son astutos, pacientes y despiadados, y obligarán a Holly a emplear sus habilidades al máximo y a arriesgarlo todo si quiere cerrar el caso más oscuro al que se ha enfrentado jamás.
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