Una nueva novela de Donato Carrisi que tiene mucho de disruptiva respecto a una bibliografía del autor italiano que ya parecía encarrilada hacia el género negro.
Aunque lo cierto es que de esa misma negrura con la que se puede construir un buen thriller actual, es de la que acaba tirando Carrisi para someter al capricho de las sombras a su ciudad natal. Una Roma que parecía esperar el fatídico momento de su apagón como una remota profecía autocumplida, desde una visión del Papa León X al borde de su muerte.
Por aquel entonces, en 1521, cualquier fenómeno atmosférico que conllevara un repentino oscurecer del día apuntaba a poderes sobrenaturales, a dioses iracundos, a hecatombes…
Quizás por eso atender en 2017 al reclamo de un Papa temeroso no sea lo más natural para romanos del siglo XXI. Pero las cosas simplemente ocurren hasta reconducirse hacia la fatalidad.
Y cuando el sistema eléctrico de toda la región debe ser revisado por un siniestro inesperado, parece como si los mismísimos infiernos hubieran estado esperando el momento para hacerse con cada rincón de la ciudad. Una suerte de demencial poder telúrico parece emerger desde las catacumbas del viejo imperio.
Es solo cuestión de tiempo que la electricidad regrese con su anhelada luz. Mientras tanto, en el plazo de veinticuatro horas en el que se precisa mantener la oscuridad, la vieja voz del Papa parece cobrar todo el sentido. Roma debe siempre permanecer encendida.
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