En ocasiones las circunstancias se confabulan para crear algo singular desde la inoportunidad o la adversidad.
En el caso de Agota Kristof todo se unía para que no escribiera este volumen de tres novelas en el idioma extranjero que la recibía en su huída desde la nueva Hungría administrada soterradamente por la URSS.
Una misma paradoja del destino descargaría sobre sus personajes, los hermanos Claus y Lucas, todas las contrarierades insuperables para unos niños de la guerra.
Circunstancias adversas que crearon una especial sinergia a uno y otro lado del espejo de la realidad y la ficción. Sobre todo cuando se aborda un realismo como el relatado en este volumen recuperado para la causa de las grandes obras clásicas.
Lo que empasta todo, aquello que hace que la historia relatada y las particulares circunstancias de Agota se aunen en lo trascendental, es el lenguaje. A falta de mayores recursos, la autora despliega el ingenio con una concisión que encaja perfectamente con la visión del mundo de los chicos y su exigua capacidad para comunicarse.
Uno de los grandes peligros de cualquier narración es la de poner términos o hasta diálogos imposibles entre personajes que no pueden desenvolverse en según qué ámbitos. Algo así como escribir una novela con personajes infantiles en la que uno de ellos observa: Este maravilloso atardecer, saturado de colores rojizos ,me hace considerar el misterioso esplendor del significado de la vida….
En esta obra los chicos conversan justamente como lo que son. Y en esa adaptación precisa acaba brillando la crudeza de las circunstancias, la inventiva improvisada hacia la superviviencia. La capacidad de los más dotados de inteligencia emocional, ya desde la infancia, se abre paso entre los escombros de una sociedad hecha cascotes incluso en lo moral.
Claus y Lucas son dos chicos huérfanos, que analizando las vivencias de Agota pueden manifestarse como reflejos de las sensaciones de la apátrida autora. Su existencia es el drama propio del tiempo que les ha tocado vivir en mitad de una guerra que tiene su país dominado por fuerzas extranjeras. A lo largo de las tres divisiones de la obra:
Lo mejor de la historia es como todo cobra un sentido muy especial según el plano desde el que se mire. La violencia nacida de la escasez, o el desarraigo y el abandono, pasando por la consideración de los gemelos como dos seres sumamente aviesos. ¿Somos quienes para juzgarlos?
De la sensación de rechazo acaba naciendo una idea amarga de que las circunstancias mandan. Más allá de la particular relación entre los chicos cuando pasan todo juntos, o cuando uno decide quedarse y otro marcharse, en la tercera parte «La gran mentira» acaba por desnudarse todo, buscando que nuestro propio foco sobre lo narrado acabe por complementar la historia, salpicándonos, implicándonos, tratando de que nos pongamos en el lugar de uno y otro en busca de una síntesis imposible sobre una verdad siempre subjetiva que acaba siendo esa gran mentira.
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