Lo de un virus que se acaba extendiendo entre los humanos ya no es un argumento de ficción escalofriante sino una sensación de que la distopía ha podido llegar para quedarse.
Así que novelas como esta apuntan a un don narrativo de la oportunidad siniestro, demoledoramente certero. Esperemos que el devenir de nuestros días no se nos presente como un resurgir de extremos como los narrados, hasta con un canibalismo necesario para la supervivencia.
Pero ya nada suena tan lejano, por remoto que se nos represente. ¿Quién nos iba a decir que todo el mundo andaría por la calle con mascarillas, temerosos de inocularse el virus entre el necesario oxígeno vital?
Las distopías han pasado de ubicarse en los estantes de ciencia ficción de librerías y bibliotecas a pasar a la sección de actualidad, replanteándose el cáracter de lo fantástico como literatura de mayor peso. Ha sido poco a poco, desde Margaret Atwood y sus reivincidaciones feministas del cuento de la criada hasta el apocalipsis vírico que ronda en el umbral de lo plenamente real…
A causa de un virus mortal que afecta a los animales y contagia a los seres humanos, el mundo se ha convertido en un lugar gris, escéptico e inhóspito, y la sociedad se divide entre aquellos que comen y aquellos que son comidos.
¿Qué resto de humanismo puede caber cuando los cuerpos de los muertos son cremados para evitar su consumo? ¿En qué lugar queda el vínculo con el otro si, de verdad, somos lo que comemos? En esta despiadada distopía tan brutal como sutil, tan alegórica como realista, Agustina Bazterrica inspira, con el poder explosivo de la ficción, sensaciones y debates de suma actualidad.
En los animales quizás no apreciemos la crueldad de la cadena alimenticia. Cuando observamos al león zampándose a la gacela, asumimos el sino de las cosas. Pero claro, qué pasa cuando la necesidad y la urgencia pasa al escenario humano. La razón, el hecho diferencial se ensombrece entonces hasta plantearnos dilemas inimaginables.
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