Alina, de Ramón Gallart

Al terminar esta novela, Lola se ha acabado convirtiendo en unos versos. Unos versos resonando en la memoria más reciente, como ocurre con aquella Amanda de Víctor Jara. Solo que Lola tiene un aroma más a Mediterráneo, al que se derrama sobre la Barceloneta con esa engañosa calma del mar chico.

No sé si Víctor Jara vivió en Barcelona. Pero no solo es cosa de Lola (después Alina). Ocurre con otros tantos personajes de esta novela. Muchos de ellos parecen empapados de esa lírica romántica frente a los desastres más mundanos, en lo social y en lo político, de la España de los 70.

La Amanda de Jara también plantaba cara a las injusticias como hace Lola, mientras evoca recuerdos románticos de aromas familiares, o de primeros tactos del despertar sensual. Todo es más intenso cuando alguien como Lola nos acaba explicando de qué va la vida y el compromiso que ella tiene con esta.

Lola nos invita a su presente en los últimos años de la dictadura franquista. Y con su relato nos impregna de ideas de ausencias propias de su tiempo, pero también de melancolía apuntando a felicidad en algún horizonte remoto. Seguramente más allá de los Pirineos, donde el exilio parece ofrecer la oportunidad de recuperar el amor, de rehacer lo que debiera ser la vida.

La acompañan en esta historia otros soñadores como ella. Quim, Bruno o Berta a su manera. Personajes que aún son jóvenes para soñar, para ceder a la tentación, para invocar sus ansias de liberación como la necesaria rebelión frente al régimen y frente a los acomodados al infortunio, aunque habiten tu propia casa.

Pero más allá de posturas, todos los personajes de esta historia valen su peso en oro para adentrarnos en la época, en la mentalidad, en el devenir cotidiano. Cada personaje es esa pieza que solo los narradores dotados para la orfebrería narrativa sabe ubicar. Ramón Gallart y sus composiciones eslabonadas desde lo minúsculo, lo cotidiano. El tiempo engarzado como la espiral del adn para acabar estructurando el todo desde las partes más pequeñas de cualquier época. Solo así se puede acabar alcanzando lo más importante, la parte emotiva de cualquier acontecimiento histórico.

Personajes que exhiben su pequeña gran verdad con esa certidumbre del diálogo cercano, de la expresión certera, del perfil psicológico mejor naturalizado por el autor. Almas accesibles de personas que pierden más que ganan. Y que ya dejaron de luchar por ello o que, precisamente por ello, persisten en la lucha. Sobre todo Lola, seguramente añadiendo a su voluntad la fuerza del amor.

No eran tiempos fáciles los de la década de los 70 en Barcelona. Pero Ramón reconduce pesares, infortunios y remotos anhelos hacia la añoranza de una época que, aún no vivida en carnes propias, se hace muy nuestra gracias a una fascinante Lola.

A veces leer es magia. Y Ramón Gallart es un estupendo prestidigitador de tiempos, de escenas, de personajes que ocupan unos u otros ámbitos. La imaginación se desliza sutilmente entre los relatos de unos hechos de perspectiva muy dispar. Están aquellos que se rinden convertidos en mezquinos o villanos, y luego están los que mantienen sus esperanzas para sobreponerse a sus miedos y asi lanzarse finalmente a la revolución, la mayor aventura.

Lola es nuestra rebelde con causa. Una causa muy clara. Lola, descubriendo el amor, entenderá que no hay otra forma de vivir si no es con esa pasión extendida a todo lo que se hace. Lola a la vanguardia en el reclamo de los derechos de las mujeres desde unos principios reaccionarios que lo invadían todo y que pretendían perpetuarse.

Insisto mucho en Lola. Pero es que esta novela es ella. Y da gusto habitar la piel de alguien con sus principios tan creíbles, transparentes. Con ella ese tiempo, esa época es más auténtica. Los descubrimientos propios de la juventud, los firmes pasos que destilan esa sensación de compromiso con la vida, con su vida, con una existencia que pretende construir con una conciencia pura, pese a todo y pese a todos.

Siempre hay un tiempo para el desencanto. Cuando fallan las amistades, o se alejan los amores, o cuando la sensación de pertenencia familiar flaquea. Pero a la postre también puede llegar el perdón o la reconciliación. En esas anda casi siempre Lola.

Marejadas del día a día en las que Lola siempre se mantiene firme. Cierto es que la acompaña el idealismo de la juventud. Pero la integridad y la honestidad vienen de serie o no vienen. Y la firmeza moral de Lola, esa que no viene por los cánones más fariseos, la conduce por un camino difícil. Porque su camino no es el que transitaba la mayoría en los tiempos recios del franquismo.

Anímate a conocer a Lola. Te harás un favor.

Alina, novela de Ramón Gallart
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