Como para todo, hay que valer para ser transgresor. De otra manera la cosa queda en un insulso y naif intento por destacar de una mediocridad que acaba siendo la propia. En el caso de Franck Maubert, con su apariencia entre un Joaquín Sabina entrado en kilos y un Houellebecq recién salido de la peluquería, la insolencia le viene por castigo y la reparte a diestro y siniestro con la maestría de quien ha aprendido a vivir con ella pese a todo.
Así se hace la pose verdadera de lo desafiante y desconcertante. Solo tipos como Maubert sabes que te van a contar el mundo a su entero capricho. Y solo alguien como Maubert te va a susurrar los misterios del arte y los azarosos encuentros entre inspiraciones, pasiones, sudoraciones y demás fiebres que acaban desembocando en el arte más físico.
Realidad y ficción se entrelazan como cadenas de ADN en un mundo de lo artístico, de lo pictórico o escultórico, allí donde el ser humano busca réplicas entre pinturas o piedras talladas; allí donde los sueños más amables y las pesadillas más frenéticas buscan cauces de expresión.
Top 3 libros recomendados de Franck Maubert
La última modelo
La contemplación del arte de un retrato, del más inquietante desnudado o del detalle de la mirada que nunca se aparta de ti. Esa es la visión de este libro desde el instante a retener en el lienzo, desde la mujer que asalta la imaginación del artista para acabar siendo musa, motivo y locura.
Caroline, una joven prostituta independiente y desenfadada, conoce en 1958 al genial Alberto Giacometti, que queda intrigado y arrebatado por la extraña joven que pronto es la única mujer a la que quiere contemplar. La muchacha de veinte años terminará convirtiéndose en su diosa, su «desmesura» y su última modelo; ni siquiera Marlene Dietrich logrará desplazarla del taller ni del corazón del artista. Unas páginas fascinantes en las que Maubert da voz a la mujer que amó al gran escultor del siglo xx, su locura, su «Grisaille».
El hombre que camina
Abandonado a su suerte el hombre de Vitruvio, el hombre que camina parece alejarse de todos los cánones para encontrar nuevas medidas en la mirada del observador desconcertado. Nadie sabe a dónde va, pero va decidido, marchando hacia adelante como luchando con vientos muy fuertes. El signo de los tiempos del ser humano en este extraño siglo XXI, solo que anticipado como vanguardia en su creación del siglo pasado.
Franck Maubert rastrea las circunstancias en las que la escultura fue concebida y nos descubre que, más allá del significado que cobró tras la devastación de la Segunda Guerra Mundial, la obra ha trascendido su época y dialoga tanto con las manifestaciones más primigenias de la civilización humana como con los hombres y las mujeres de hoy y de mañana.
El olor a sangre humana no se me quita de los ojos
Tan incoherente como hiriente a la vez, de eso van las vanguardias artísticas incluso en el título de un libro. Por eso unos crean arte mientras otros solo son capaces de enseñarte sus bazofias con ínfulas de gran creación, siempre tras la gruesa explicación de turno. Y claro que es importante la excentricidad del artista, ya sea Dalí o Francis Bacon. Porque del creador, la obra, y su imagen y su significado.
«En adelante, a mis ojos, Francis Bacon iba a encarnar la pintura más que ningún otro artista. Desde esos tiempos de juventud, su pintura ya nunca me abandonaría. Porque se engancha a ti, vive en ti, contigo. Un tormento que se aferra y no te suelta más. Sus personajes en crisis generalizada, crisis moral, crisis física, como escribe el crítico inglés John Russell, viven a tu lado y te recuerdan sin cesar que la vida es esa cuerda tirante tendida entre el nacimiento y la muerte.
Esa vida que te aporta visiones exacerbadas, un vecino de hospital, de asilo. La pesadilla está cerca: dolores, gritos, un cuerpo replegado sobre sí mismo, concentrado en las contorsiones, en el sufrimiento incluso. El terror se mantiene ahí, instalado en esos personajes que aúllan en silencio. Una crueldad desplegada y visible, revelada por esos hombres tapiados en un cuadro espacial».