El más convulso de los espacios en la Europa del siglo XX sin duda fue el conformado por un Imperio Austrohúngaro que quedaría desmenuzado en mil (o más bien 19) pedazos. Joseph Roth nació en 1894 y creció en el esplendor del Imperio y falleció en 1939, cuando aquella extraña patria aglomeradora tan solo era un vago recuerdo de otra Europa, asomada en ese momento al abismo.
En el ínterin, lo que es lo mismo en la corta vida de Roth, una obra extensísima del genio marchado antes de tiempo. Aun así, próximo por momentos a otros brillantes coetáneos como el mismísimo Thomas Mann o Hermann Hesse.
Probablemente, llegado a octogenario como los otros dos citados, nos encontraríamos ante una bibliografía de las más interesantes, con ese valor de crónica en paralelo de intrahistorias sobre lo acontecido en todo un siglo tan convulso como fue el XX en el viejo continente.
Aún así, podemos disfrutar de esos ya clásicos elegantes de Joseph Roth, con el regusto a literatura preciosista de antaño, capaz del existencialismo más crudo pero también de la lírica de las formas para acompasar una prosa de voluntad trascendente, filosófica.
Top 3 novelas recomendadas de Joseph Roth
La marcha Radetzky
Compuesta como glorioso himno del Imperio Austrohúngaro, esta marcha es elegida como irónica metáfora de la caída que llegó después. Desde la familia Trotta, en sus tres generaciones, observamos el devenir del mundo, porque Europa capitalizaba entonces transformaciones culturales, sociales, económicas y empresariales. Hasta que, paralelamente a la caída del Imperio Austrohúngaro, aunque no directamente asociado a esto, Europa empezó a ensombrecer su hegemonía mundial y todo fue quedando desubicado, desde las costumbres hasta los estratos sociales.
Fue más el empeño de la autodestrucción, la peor de las formas de esa conocida muerte por éxito que ya ocurriera con el Imperio Romano. Aunque las revoluciones también surgen como necesaria voluntad de cambio.La cuestión, que me voy del hilo de la novela es la riqueza de una intrahistoria inolvidable que parte desde la Europa acomodada en su particular mundo pacífico, estratificado, siempre antes de la Gran Guerra.
Pero con ello siempre había pequeños conflictos como la batalla de Solferino, la primera ocasión en la que los Trotta cambian de status como recompensa por su ayuda al emperador. La fidelidad es bien pagada como parte de esa extrema consideración por los creyentes en el sistema vigente. El viaje entre lo histórico, lo novelesco, con un punto lírico y siempre embellecido por una descriptiva precisa de pinceladas arrebatadoras, se desarrolla para el lector hasta la Gran Guerra y el principio del fin para un mundo sostenido en un limbo extraño, frente a la modernidad reclamada por el siglo XX y el apego por unas tradiciones que lo envolvían todo.
La leyenda del santo bebedor
Uno de esos volúmenes de cuentos imprescindibles. Cuentos para adultos pasados por el tamiz de los años vencidos como el plazo ineludible del perdedor que somos todos asomándonos al fin.
No hay moraleja en los cuentos ni enseñanza pese a su apariencia en ocasiones de parábola. Hay solo exhibición de miserias entre lúcidas apariciones fantásticas, como llegadas desde el delirio del bebedor capaz, pese a todo, de seguir escribiendo párrafos de milagrosamente excepcional literatura.Nos perdemos por la leyenda del santo bebedor para considerar que Roth pueda ser el mismísimo Andreas, un tipo sin hogar por convicción sobre una misión superior que a cada trago parece más evidente hasta que se deshace cada nuevo amanecer.
Pero también conocemos a personajes aferrados a una tierra que los reclama muy por encima de sus sueños sometidos a la gravedad física que lo anula todo. El ferroviario Fallmeyer y su alma replicante de la regularidad del paso de los trenes que siempre se escapan, un comercial de corales que jamás podrá ver el mar… Personajes que no desentonarían en un relato de Poe, solo que los horrores provienen más de la cruda realidad que de cualquier delirio asumido como liberación.
Último libro de Roth en el París que lo acogió como bebedor y escritor a tiempo único antes de marcharse dejando un legado narrativo que cada día se aprecia más.
Fresas
Nunca está de más darse una vuelta por la parte más autobiográfica de cualquier autor mítico. Este es un libro para coleccionistas. Tanto por la forma como por el fondo. Lo que el gran escritor Joseph Roth pudo haberse guardado como el boceto de un libro para narrar su dura infancia ha derivado en esta presentación final mucho tiempo después de su muerte en los albores de la Segunda Guerra Mundial, víctima de su adicción al alcohol.
Roth es uno de esos autores mito, maldecido por la Historia y sus circunstancias, más que maldito por decisión propia. Judío en la Europa pre-nazi y víctima de diversos problemas familiares en su infancia y también en su madurez, ha llegado hasta nuestros días, cubierto de una densa niebla sobre la realidad de su vida. La infancia del creador se compone de ciertos datos contrastados y de posibles ficciones narradas por él mismo.
Por eso, tal vez Fresas pueda ser la obra definitiva donde sus lectores puedan encontrar algo de luz sobre la vida del autor entre su propia prosa y su capacidad para encajar todo tipo de personajes en situaciones extremadamente lúcidas que anunciaban la decadencia de Europa entre ideales y odio.
Su visión del niño que fué sirve para avanzar en una trama empapada por la nostalgia de una infancia feliz que nunca fue tal. Así, el amargor y el fatalismo lo acaba gobernando todo. Su pluma perfila personajes de aquella Europa de entreguerras que se aproximaba a la otra parte extrema de este fatídico periodo. Brody es la ciudad donde Joseph quiso haber sido el niño feliz.
Cierto es que ahí vivió y se crió durante sus primeros años de vida, y de ahí pudo haber extraído la idea de muchos de los personajes que se asomaron a sus principales creaciones, pero la ciudad de Brody realmente fue la cuna de sus tristezas, prolongadas durante toda su vida y transmitida en su escritura desapegada, descarada y melancólica.
Otros libros recomendados de Joseph Roth
Abril
Ya lo cantaba Sabina. Y es que no hay mes de abril sin melancolía cuando se acaba guardando en un cajón, junto al corazón. No hay más gloria que el instante, ni más belleza, ni más explicación a toda una existencia. Nuestro verdadero Dios es el tiempo. Un Cronos que nos muestra sus destellos perecederos de nuestro mundo mutable. Mientras seguramente se guarde para sí los placeres de la contemplación perpetua, del disfrute constante, de la eterna sensación del éxtasis.
«Mientras el tren daba otra sacudida y empezaba a rodar suavemente, saludé con la mano y miré a la muchacha a los ojos. Sólo por aquella mirada he escrito esta historia». En este breve relato iniciático de Roth, el lector descubrirá no sólo la sensibilidad del autor en muchos de sus libros posteriores, sino también una historia cargada de signos, de misterio y de toda la belleza evocativa de este genial escritor.