Cuando leo a un autor con el que comparto escenarios comunes por cuestión de generación, y sobre todo en cuanto a referentes culturales y temáticos, la lectura alcanza otro nivel. De la sintonia general se extienden a la lectura aromás más intensos desde los posos de un imaginario cruzado en ese crisol de la época coincidente.
Me ocurre con Mikel Santiago o con Paul Pen. Por citar a dos notorios autores actuales de nuestro panorama narrativo ibérico. Y también ocurre algo parecido con un Ibón Martín que, en su vertiente de novelista, se muestra empeñado en convertir verdes prados rodeados de bosques o costas de Euskadi enfrentadas al brioso Cantábrico, en espacios inquietantes entregados a oscuras tramas.
Novelas negras plenas de suspense, cargadas de gran tensión, incluso algunos toques esotéricos cuando procede. Un gran autor que ya compone una bibliografía sumamente interesante.
Top 3 novelas recomendadas de Ibón Martín
La hora de la gaviotas
Tendrán su aquel para quien les guste. Pero lo cierto es que las gaviotas, con sus graznidos desafinados y sus vuelos acechantes, como de pequeños buitres del mar, nunca me han entrado por el ojo derecho. Será que soy de secano…
La idea quizás sea esa, evocar un poco lo inquietante de unos pájaros a lo Hitchcock para transmitir una inquietante sensación de amenaza incierta, de miedo y suspense en una trama policíaca hilvanada con precisión quirúrjica.
Tenemos la suerte de disfrutar de una gran pléyade de escritores de suspense que alternan sus historias para ocupar nuestras mesillas de noche con nuevas y grandes novelas. Podrían ser desde Dolores Redondo hasta Victor del Árbol y por supuesto un Ibón Martín ya asentado en esa madurez narrativa que también llega con los cuarenta y tantos.
Una consolidación alcanzada después de forjarse entre dispares géneros para encontrar un híbrido entre su gusto por lo paisajístico y la introspección que puede nacer de la observación de un caprichoso y oscuro mar Cantábrico, capaz de desentrañar hondas historias de fondos abisales no solo oceánicos sino humanos.
Porque en el suspense o thriller actual los lectores buscan siempre más, anhelan por los motivos del mal, por las razones para que la visión del mundo se oscurezca desde las mentes capaces de la animadversión como fundamento vital.
Lo telúrico una vez más adquiere ese protagonismo que lo impregna todo, dede el frío aroma costero que hiela la sangre hasta el deje a salitre que satura las corrientes de aire hasta restallar como pellizcos sobre nuestra piel.
Las gaviotas sobrevuelan inquietas la ciudad marinera de Hondarribia, que se ha vestido con sus mejores galas para celebrar un día especial. Sus graznidos compiten con los alegres sonidos que inundan las calles, donde los vecinos se preparan para disfrutar de la fiesta ajenos a la terrible amenaza que se cierne sobre ellos.
En mitad del desfile se desata el horror. Una puñalada salvaje y certera riega con sangre el frío suelo de piedra. Una mujer ha muerto asesinada. Y no será la última. La suboficial Ane Cestero y su unidad especial tendrán que dar caza a un asesino feroz e implacable, capaz de ocultarse a la vista de todo un pueblo.
La hora de las gaviotas es un thriller sinuoso, magnético e impecable que nos enfrenta al peor de los enemigos: el odio visceral que late escondido en todos nosotros.
La danza de los tulipanes
En la sobresaliente virtud de aunar tensión y profundidad en una misma trama, Ibón Martín apunta a Víctor del Árbol, capaces ambos de pincelar sus personajes con unos rasgos que atrapan desde su profundidad psicológica. Porque bien está plantearse un thriller con la suficiente enjundia como el que se nos presenta en esta novela.
Pero si además del caso en cuestión del criminal de turno, empeñado en la posteridad de una obra recurrente de la que todos hablan y que consigue detener el tiempo en el fascinante espacio de la ría de Urdaibai, se consigue también esa irrupción de personajes como grandes réplicas que lo sacuden todo por las hondas tribulaciones hechas descripciones con tintes existencialistas, se acaba disfrutando de una historia con un gran caudal por cualquiera de sus vertientes.
El paso de una capítulo a otro supone ese anhelo constante por retomar algunos de los variados escenarios por los que todo se mueve en torno al crimen, al mal, a esa sensación de que lo profundamente bello puede tornarse abominable. Y en esas, en esa capacidad para transformar ideas polarizadas, esta historia nos gana por completo, a cada instante, con una fuerza de lo telúrico donde arragia lo mejor y lo peor del alma humana.
El ladrón de rostros
Como tercera entrega de la serie Ane Cestero, y después de «La danza de los tulipanes» y «La hora de las gaviotas», llega este cierre de trilogía, que seguramente apuntará a mayores cotas dada la excepcional acogida de los lectores.
Para la ilustre ocasión de la indicada trilogía, Ibón nos lleva hasta un espacio mágico ya desde que ancestralmente se realizaban ritos paganos, de tradición celta, finalmente ganados para la causa de la cristiandad con la construcción de la ermita que así lo atestigua.
Pero la magia queda. Y como todo lo profano que finalmente se acaba acercando a lo más oscuro, la deriva de la antiquísima tradición cobra en esta ocasión tintes negros, siniestros. Desde la cueva de Sandaili, abierta sobre el barranco de Jaturabe, remotas voces reclaman nueva sangre, vida y muerte.
En la humilde ermita excavada en la roca, ha aparecido el cuerpo mutilado de una mujer asesinada mientras practicaba un antiguo rito de fertilidad. Su torso ha sido abierto y vaciado y las manos han sido colocadas a ambos lados de su abdomen en actitud de entrega. La escena reproduce, con macabra exactitud, las figuras de los apóstoles que Oteiza esculpió en la fachada de la basílica de Arantzazu. Las pruebas señalan que alguien realizó una copia de su rostro en el momento de su muerte.
Un peligroso asesino ritual ha nacido al abrigo de las verdes montañas que guardan desde tiempos inmemoriales los mitos y las leyendas de los vascos. Un enclave aislado, moldeado por el agua que ha dejado sus cicatrices en forma de desfiladeros majestuosos y profundas cuevas. Ane Cestero y la Unidad de Homicidios de Impacto emprenderán unviaje a las entrañas de la tierra donde se oculta lo más oscuro del alma humana.
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El faro del silencio
Con esta novela se inició la saga que precipitó al autor a ese reconocimiento del pujante autor de un género negro siempre ávido de nuevas plumas. La pasión del autor por esa escenografía captada por el viajero tras una intensa jornada de camino alcanza en esta historia una dimensión especial.
Porque Ibon consigue que la ya de por sí imponente imagen de un faro solitario expuesto al mar, como símbolo de lo humano que pretende controlar un imposible océano, adquiera ese tinte del miedo a la soledad, de la acechante proximidad de la locura o de las sombras.
Entre esas sombras encontramos a una Leire que desafortunadamente se enfrenta a interrogatorios desquiciantes cuando informa del cadaver de la mujer que se encuentra a los pies del faro.
El tiempo avanza en su contra si quiere evidenciar que nada tiene que ver ella con ese cadáver sobre cuya investigación forense se desvelan detalles que enlazan con el viejo mito del sacamantecas en cuyo supuesto desempeño criminal, perdido en la noche de los tiempos y de las leyendas, se le asociaban víctimas femeninas y niños.
Tratando de abstraerse del terror que puede suponer enfrentarse a una mente capaz de tal delirio criminal, Leire irá atando cabos hasta apuntar a fundamentos más mundanos sobre los que el asesino asienta su modus operandi, y así afloraran secretos e intereses soterrados que pueden hacer de cualquiera de los protagonistas un asesino en potencia.
La fábrica de las sombras
Podía haber elegido la tercera parte de la saga: «El último akelarre». Pero ya que ambas novelas ofrecen una misma intensidad, prefiero acercarte un poco más a la primera réplica para que seas tú finalmente quien decida si arrimarse a la lectura de ese desenlace.
Estoy seguro de que acabarás haciéndolo. Porque en esta segunda parte de nuevo Leire capitaliza una investigación para la que ya es reclamada por su desempeño a contrarreloj en el caso del faro.
Si en la primera parte ese factor en torno a los secretos, los silencios y una sibilina sensación de peligro inminente se convierten en uno de los grandes contrapesos de la historia, en este caso aún se incrementa esa tensión sostenida entre el inquietante misterio. Para ello el autor tira de su particular trampantojo, de ese engaño que guía al lector por el solitario escenario de un pequeño pueblo navarro.La sensación concentrada de ese miedo tan próximo de las comunidades cerradas, complementado con el ambiente brumoso, entre llovizna, cielos grises y bosques con ecos milenarios, hacen de la investigación del aparente suicidio de una joven en Orbaizeta un mosaico impresionista. Y así la trama nos tiene atrapados en la sensación de asfixia agorafóbica; con el miedo como una corriente que se desliza por cada página; entre los arcos de la fábrica abandonada, casi consumida por su selvático entorno, desde cuyos nervios pendía el cuerpo de la joven ahorcada.