Los 3 mejores libros de Andrés Barba

Abordando los aspectos más singulares del universo más personal, Andrés Barba nos invita a pasear por una bibliografía principalmente de personajes y de descubrimiento, mayormente desde la juventud. En sus novelas, sus cuentos largos o incluso en sus ensayos se desprende esa intención por la introspección hacia la interacción. De la indudable subjetividad del mundo al acople del individuo en los renglones marcados de lo social.

No es que nos encontremos ante un filósofo. Pero sí que descubrimos y disfrutamos de esa filosofía vital de cada cual en personalidades miméticas de protagonistas con el poso de lo existencial. Porque como diría el sabio «humano soy y nada de lo humano me es ajeno».

En los perfiles de los ricos personajes de ya tantas y tantas novelas descubrimos la particularidad, el extrañamiento pero también la sintonía, la conexión con ese universo propio que puede acabar escapándose a la normalidad una vez manifestado a tumba abierta.

Convenciones sociales como mascaradas generales. Predilección por la verdad entre las contradicciones como evidente manifestación del descuadre de la foto fija. Pequeños historias en ocasiones, y otras novelas de mayor tamaño. Realismo crudo por momentos y cambios de registros hacia alegorías o un surrealismo heredero de ese precursor que fue Kafka.

Historias en suma para pasear por la diferencia con el pleno reconocimiento inquietante de esos personajes que nos reflejan. Ensayos para terminar por redondear un pensamiento muy interesante para nuestros días. Una pátina de humor que nace desde el ácido corrosivo de vivir. Variedad como argumento del genio creativo que alcanza hasta la literatura infantil.

Top 3 libros recomendados de Andrés Barba:

Historias de nadas

En ocasiones lees un libro supuestamente de corte infantil y no sabes si se ha tratado de una alegoría con la voluntad metafórica de la moraleja, o si, más allá de la historia fabulosa, pueda ser un salvoconducto que te convierte en ese niño que vuelve a observar las cosas entre la ingenuidad y la fascinación del descubrimiento.

Nadas es un pueblo cuyo nombre ya anticipa la nimiedad, la intrascendencia, la vulgaridad de lo cotidiano. Y precisamente desde ahí es donde nos enfrentamos al estraño caso del apagado del fulgor estelar.

La cúpula celeste nocturna se funde al negro, quizás como olvidando ese lugar en el que nadie que merezca la pena se detiene a ver la maravillosa interpretación de las estrellas. Las pesquisas de una diligenica propiciada por el alcalde del lugar para investigar qué es lo que ha pasando, descubre finalmente la prosaica aunque siempre fantasiosa solución de reencender el interruptor.

Un libro infantil que no es infantil, una de esas historias que siempre se pueden leer y releer buscando el jugo y las imágenes propuestas como símbolos plenos de significados.

Historias de nadas

República luminosa

Nunca es fácil de olvidar una historia como aquella de «El señor de las moscas», de William Golding. De grandes novelas como aquella siempre pueden presentarse nuevas tramas con ciertas analogías.

El argumento de esta historia parece como si trajera a la treintena de adolescentes náufragos en la isla desierta de Golding hasta una ciudad llamada San Cristobal. Una nueva representación de humanos que, abandonados a la anarquía por desconocimiento del significado de la vida en sociedad, acaban entregándose a la violencia y la improvisación que marcan sus pulsiones.

Desde la propia voz de uno de aquellos jovenes, precisamente un nuevo y último náufrago de aquellos días oscuros, escuchamos el relato de los acontecimientos, de las pasiones como leyes, de la adecuación al imperativo de los chicos empeñados en imponer sus pautas morales.

Quizás esa primera persona sirva para dar ese toque final de espeluznante verosimilitud. El caos es solo cuestión, como siempre se ha sabido, de que las emociones y el instinto venzan a todo criterio hacia el civismo.

República luminosa

Agosto, octubre

El personaje de Tomás se enfrente a esas primeras veces de la edad adulta, a ese tiempo en el que la infancia va quedando atrás como una mutación de piel, como una decisión con las dosis de inabordable error que todo simple paso del tiempo conlleva.

El viejo lugar de vacaciones de Tomás, el sitio de recreo como diría Antonio Vega. Y la posibilidad del momento crítico que asoma con ese giro a la temprana culpa.

Una novela en la que devoramos ese devenir de Tomás en la cruda transición vital que lo enfrenta a la mayor de las contradicciones: la juventud. Para él ese paso es tentación y derrota, caída en los instintos más crudos sin anteponer un mínimo de luz de la razón. Y en esa culpa reside el mágico magnetismo de esta historia.

No hay equilibrio posible cuando el gobierno de uno mismo viene escrito por unos días de duda, de asalto de la madurez, de violencia como forma de romper con todo.

Agosto, octubre
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