Si los guionistas están tocados por las musas en sus partes más intimas, o si su afición lisérgica los está devorando, pues se dice y no pasa nada. Así es el mundo del celuloide. O hay unos locos geniales a los mandos o la cosa no pasa de lo mediocre ni por asomo.
Porque no es lo mismo escribir para una soporífera telenovela de cientos de truñocapítulos que abordar disparatadas y breves entregas del singular diario de la funeraria Torregrosa. La opción de la telenovela podría encargarse hoy ya a una IA. ¡Gemini, escríbeme una serie para entretener a la abuela! Y ya. Así la IA puede cerrarte un guion de sobremesa con el que hacer más sombríos los tropecientos días de varios inviernos. La otra alternativa es eso, pensar en una funeraria y considerar la de incontables gags hilarantes que se podrían construir para rematar un conjunto en fascinante mosaico.
Además, hablamos de humor. Con lo difícil que parece naturalizarlo de partida en una serie con la muerte como trasfondo. Aunque, bien pensado, se trata de aquello del magnetismo entre polos opuestos. Nada más opuesto que vida y muerte. Y, sin embargo, puestos a palmar y descubrir el ridículo de todo, mejor acabar riendo del asunto. Tomarse en serio algo tan breve, esta ópera bufa de nuestro paso por el mundo sin más sentido, no deja de ser insulsamente pretencioso.
Para cuando llegue el fatídico o disparatado momento, en Muertos SL podemos descubrir las últimas tendencias en cajas para nuestro último descanso. O conocer de primera mano unos buenos tips para una tanatopraxia que ensalce nuestras facciones. Las modas cambian también el sector decesos. Y nunca está de más estar bien informado.
De eso va Muertos SL, de enfrentarnos con humor negro a ese mutis por el foro que a todos nos toca. Pero no se trata de un humor negro descarnado. No me lo parece a mí al menos. Porque en la funeraria Torregrosa nadie hace chistes de esos que provocan entre risa y náusea. Muertos SL es un punto más elegante. Aunque poco, tampoco te vayas a pensar tú que respetan por respetar.
Eso sí, un buen guion como el de Muertos SL tiene que encontrar, magia de la selección mediante, a sus mejores actores.
¿Qué me dices de Carlos Areces? Bueno, me la bufa si a ti no te gusta. Este tío es mi debilidad en el cine español. Tierna y extrañamente cómico, tanto como para abordar lo más siniestro con un gusto masoquista por la tragedia. Dámaso, el personaje de Areces, es un Ignatius, un Chinaski a lo castizo. El perdedor arrastrándose hacia su gloria, un jefe comercial con grandes sueños de prosperidad y reconocimiento dentro del sector funerario.
Más allá de lo laboral, Dámaso es un tipo atormentado con su papada, obsesionado con la madre del becario, violentado por la idea de su padre desaparecido y enganchado a las pastas que esconde su madre para intentar reducir su papada. Un delirante círculo vicioso en el que el esperpento cobra su sentido más cómico.
Pero es que desde su personaje de Dámaso hasta Carmen (personaje inexistente, la reina del absentismo laboral e interpretativo), la interacción entre personajes funciona a golpe de ingeniosa naturalidad. Aquello de la verosimilitud narrativa es el tendón de Aquiles en el humor. No puede ser gracioso si no es realista. No es realista si es estridentemente cómico.
Pues en el caso de Muertos SL da absolutamente igual. Unos personajes son histriónicos, sobreactúan. Otros encajarían tanto en esta serie como en una space opera. Pero todo es jodidamente creíble porque estamos en una funeraria a los pies de Rue del Percebe, 13. Algo así como un humor de viñeta que nos explota en cada escena sobre la que ponemos los ojos.
Tenemos a Olivia, la recepcionista y contable. Hipocondríaca, histérica, retraída pero con esa sensación de los personajes (y las personas) a punto de implosión que asustan y desconciertan. Abel, el tanatopractor, un sociópata enamorado del ser humano cuando está muerto. Incapaz de acercarse a una piel trémula, palpitante, caliente. Traumas desconocidos que resultan desternillantes.
Nino, el chófer, aprovecha los traslados de los fallecidos para hacer la compra o para tomar algo en un bar, de camino. El empleado del mes que viene. Ingenio para escurrir el bulto, para escatimar horas de trabajo y para sacar tajada de cualquier circunstancia.
Chemi, el Steve Jobs incomprendido, el Quijote del marketing. Creador de los funerales low cost con anuncios publicitarios, de los pastilleros serigrafiados…, tantas y tantas ideas que rebosan ya su tarro de cristal.
Morales, el becario abnegado, a los pies de Dámaso. Siempre en la cuerda floja por obra y gracia de un jefe que lo expone como escudo cuando sus conspiraciones para medrar se vienen abajo. O Nieves, la viuda del fundador de la funeraria; o Jose Luis, el astrofísico caído en los abismos del fentanilo…
Una pequeña joya de serie que se disfruta en escenarios, en diálogos, en giros y en originalidad.