En su obra Soldados de Salamina, Javier Cercas deja claro que más allá de la facción ganadora, siempre hay perdedores en los dos bandos de toda contienda.

En una Guerra Civil puede darse la paradoja de perder familiares posicionados en esos ideales enfrentados que abrazan la bandera como una cruel contradicción.

Así, la determinación de los vencedores últimos, los que consiguen sostener la bandera frente a todo y ante todos, aquellos que enarbolan heróicos valores transmitidos al pueblo como relatos épicos acaba por ocultar profundas miserias personales y morales.

Manuel Mena es el personaje introductorio más que el protagonista de esta novela, el enlace con su antecesora Soldados de Salamina. Empiezas a leer pensando en descubrir su historia personal, pero los detalles de las pericias del joven militar, absolutamente rigurosas con lo que pasó en el frente, se van difuminando para dar paso a un escenario coral donde se extiende la incomprensión y el dolor, el sufrimiento de los que entienden la bandera y el país como la piel y la sangre de esos jóvenes, casi niños que se disparan unos a otros con la furia del ideal adoptado.

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