Los 3 mejores libros de William Burroughs

Los ochenta y tantos tacos a los que llegó William Burroughs son la clara demostración de que, una vez que has conseguido abandonar a Dios a través de todo tipo de excesos, consigues hacerte invisible para él, y ya no te mueres mas que de puro viejo. Si no me crees, recuerda a Bukowski, quien casi llegó a los ochenta en un desafío constante a la medicina.

El caso de Burroughs es más aberrante si cabe que el de Bukowski. Si de la obra literaria del segundo se destila en ocasiones un cierto toque de humanidad, en Burroughs todo es oscuridad y negación. Contracultura hasta las últimas consecuencias, nihilismo y búsqueda de la autodestrucción (a la que, al parecer, se oponían sus células, resistentes a todo tipo de violentos envites).

Cierto es que si bien la tendencia por el camino de la perdición estaba ya bien marcada en Burroughs, la muerte de su mujer Joan Vollmer terminó por decantarlo todavía más. En gran parte porque fue él mismo quien le descerrajó los sesos de un disparo en algún delirante juego. Lo ocurrido nunca terminó de aclararse del todo. Pero el hecho lo acompañaría para siempre.

Y aún así, escribía. O quizás precisamente por eso. Nadie puede vivir entre delirios y demonios sin buscar de vez en cuando una ventana para la razón. En la rabia y el odio escrito, en cada frase, en cada retorcido argumento y cada depravada escena, Burroughs se sobrevivía un poco.

3 novelas recomendadas de William Burroughs

El almuerzo desnudo

Los escritores de ciencia ficción nos presentan distopías, futuros donde el ser humano quedó atrofiado, alienado… Burroughs considera que el presente ya es esa distopía de la que es imposible escapar. La percepción de un mundo encerrado en un laberinto.

Resumen:«El almuerzo desnudo», una de las novelas más míticas de la literatura norteamericana, es un descenso a los infiernos de la droga y una denuncia horrorizada y sardónica, onírica y alucinatoria de la sociedad actual, un mundo sin esperanza ni futuro. Burroughs dispara sus flechas contra las religiones, el ejército, la universidad, la sexualidad, la justicia corrupta, los traficantes tramposos, el colonialismo, la burocracia y la psiquiatría representada por el siniestro Dr. Benway, el gran manipulador de conciencias, el experto en Control total.

«Un libro de una gran belleza, con un salvaje y mortífero sentido del humor, tan imperturbable e implacable como los impuestos. Burroughs es el único escritor norteamericano vivo que posiblemente esté poseído por el genio»

Yonqui

Que Burroughs sobrevolara lo trágico desde que alcanzara uso de razón hasta sus últimos días de octogenario aborrecido es evidente. Pero que todo ello no quita para que un humor, absolutamente negro, manara de él en ciertas ocasiones, también es cierto.

La risa es libre, y de vez en cuando puede surgir desde lo más escabroso, macabro o avieso. Sobre todo en una mente sin ningún tipo de filtro moral como la de Burroughs.

Los yonquis de Burroughs tampoco van a salvarse, en eso se parecen a los que nos tocaron a nosotros (a los nuestros) y a los que han seguido. Carne de indefensión, peña dando vueltas por la calle, por los bares, a ver qué pasa, a ver qué pilla. Robar a borrachos en el metro, creer que se han quitado para siempre mientras se meten el definitivo. Porque los yonquis viven definitivamente cada día. Toda generación aporta sus adictos.

La que retrata Burroughs en esta novela es doblemente superviviente, pues la integra un personal que ha salido vivo (iba a poner indemne, qué tontería) de la Segunda Guerra Mundial. Llevan en los brazos sus propios campos de minas. Es la cofradía echada a perder que también aparece en otros títulos de esos días, por ejemplo en El hombre del brazo de oro, la novela de Algren y la película de Sinatra. Yonquis de camisa blanca y americana vieja. Los nuestros eran de chándal y riñonera, bueno, eso fue al final, cuando iban consumidos del brazo de sus madres. Pero cuando leí esta novela aún llevaban chupa y pegaban tirones.

En los yonquis de Burroughs, quiero decir, en su manera de contarlo, fluye una literatura que no será la de Burroughs sino la de su época. Burroughs enseguida se irá a otra escritura, no va dejarse atrapar más que por sí mismo y por lo que ya le tiene pillado. Este libro está más cerca de sus amigos que de él. Lo habita la gente de En el camino de Kerouac, y del Aullido de Ginsberg. Pero un yonqui no tiene amigos, y Burroughs era un escritor solitario.

Yonqui

Queer

En un inmenso suburbio, que Burroughs definiría más tarde como la «Interzona» y que abarca desde la Ciudad de México hasta Panamá, un álter ego del escritor, Lee, teje su tela amorosa en torno a Allerton, un joven ambiguo, indiferente como un animal. Deambula por locales cada vez más sórdidos, y en esas excursiones nos regala su negrísimo humor.

Lee parte con su amigo a la búsqueda de la ayahuasca, droga absoluta capaz de otorgar el control total sobre los cerebros, y por eso mismo codiciada por Rusia y Estados Unidos… y por todo amante. Sabe que con Allerton no podrá encontrar aquello que desea, pero no puede renunciar a ello. En esta novela aflora por primera vez ese paisaje alucinado que es el mundo particular de William Burroughs.

Queer
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